Más poesía y menos Prozac. Manuel Casado. Editorial Rialp
Advierte el autor en el prólogo que cuando dice poesía quiere decir literatura, que se refiere a la palabra que nos permite entendernos, comprender el mundo, entrar en su misterio, sanar nuestra permanente herida. Alude al lenguaje resplandeciente, el que nos conmociona con su poder. «Es esto lo que me pasa», «es justo lo que siento», decimos cuando un personaje encarna nuestros anhelos, o atraviesa el dolor por el que transitamos. Para lograr esa conexión con el lector, la lengua debe mantener su fuerza, eludir la devaluación a la que se la ha sometido, y haber evitado las salpicaduras del ácido corrosivo de esa modernidad relativista que comenzó por negar la verdad para convertir la lengua en un vulgar aspaviento, en el «cuento contado por un loco con ruido y furia». A Manuel Casado siempre le ha preocupado la devaluación de la lengua y los usos ideológicos de la palabra que cercenan sus capacidades de verdad.
Más poesía y menos Prozac responde a esa profunda desazón contemporánea, al fracaso de la modernidad que se manifiesta en los males del alma: depresión, ansiedad y pánico. La pandemia ha agravado esos trastornos hasta convertirlos en una cuestión de salud pública, en un problema urgente. En los medios ya se habla de aumento de los suicidios. Se ha roto aquel tabú que los ocultaba de la opinión pública con la protección del silencio. Las víctimas son muchas y a edades tempranas. La industria del medicamento ha entrado en nuestras vidas para evitarnos el dolor de la vida, cualquier dolor. La del entretenimiento nos ofrece horas y horas de distracción. Anestesias. No pienses, tú solo mira. No sufras, solo consume pastillas.
Conviene hablar, dicen, del malestar que nos aqueja. Pero el remedio que se ofrece a los pacientes es un cóctel de psicofármacos, un equilibrio químico que anula o atenúa los síntomas sin entrar a tratar el origen. Todo malestar se clasifica como enfermedad en una taxonomía inabarcable de síndromes: «lo peligroso de estas clasificaciones más o menos rígidas es que terminan por convertir en enfermedad las experiencias corrientes de exaltación, de pena, de desconsuelo o de tristeza que todos podemos sentir, ocasionadas normalmente por algún hecho o situación externos. Un diagnóstico basado en síntomas suele conducir a una hipermedicalización del sufrimiento, tratándolo con prescripciones más o menos abundantes, de antidepresivos, cuando tales situaciones anímicas pueden ser inevitables e incluso necesarias y normales experiencias de la vida».
El revaluación del psicofármaco coincide en el tiempo con la devaluación de la palabra. La posmodernidad la ha convertido en un mero aspaviento sin valor, en un código sin relación con la verdad. El ser humano está así condenado a lo que David Cerdá llama un «individualismo expresivo» incapaz de encontrar a la vida un sentido que se pueda transmitir, que se pueda compartir. La pérdida del carácter simbólica de la palabra «repercute en una pérdida paralela de humanidad».
Manuel Casado hace en Más poesía y menos Prozac una defensa de la palabra, de la literatura y de la poesía, como las únicas que tienen el carácter «terapéutico, sanador, de la fractura entre razón y sentido». A las que añade la capacidad de educar nuestras emociones, una pedagogía tan olvidada. Hoy las emociones, elevadas a la categoría de legitimadoras de cualquier comportamiento, se han abandonado a un crecimiento selvático, sin cultivo alguno, sin estudio ni elaboración. El ser humano sufre la tiranía de lo emotivo, a cuyo borbotón debe obedecer sin condiciones.
La literatura es conocimiento profundo de la experiencia humana, un conocimiento que llega más allá de donde alcanza la filosofía, la sociología o la psicología. Un elevador que nos permite llegar a la divinidad, contemplar la obra de la creación. Manuel Casado termina su texto recordando que la palabra alcanza su máxima densidad y sentido cuando se empapa de amor. «Solo el que ama puede cantar», dice Agustín de Hipona, y Sábato añade «el mundo nada puede contra un hombre que canta en la miseria»
Los que hemos tenido el privilegio de contar con el magisterio universitario de Manuel Casado Velarde estamos contagiados por la pasión por la lengua, tocados por la luminosidad de la poesía, comprometidos con la claridad que encontramos primero en su magisterio, ahora en sus textos. Este Más poesía y menos Prozac es un nuevo ejemplo, actual y sabio, del poder de la palabra, de su carga de verdad, del valor, a veces perdido, del lenguaje, expresión completa de lo humano. Para no morir, como dijo Thomas Merton de uno de sus amigos «de civilizacion moderna».