Me duele respirar. William González Guevara. IV Premio de Poesía Hispanoamericana «Francisco Ruiz Udiel». Ediciones Valparaíso.
William González Guevara ya demostró con Los nadies que su poesía busca lo humano radical, el universal que nos une en el dolor, en la pérdida, en la ausencia, en lo lejano que vive en nuestro interior. El hombre es un ser paradójico, que vive en el presente pero aspira a la eterno. Y la condición del emigrante añade a esa perplejidad la de vivir el aquí y el allá. En Los nadies había poemas en aquella vida de Nicaragua no era solo un eco lejano, una evocación lírica, sino un sentimiento presente, actual, palpitante. Ya en la conversación que acompañó aquella reseña William González nos hablaba de un poemario a punto de salir, este Me duele respirar, para el que desplegó una profunda investigación de noticias y testimonios contrabandeados en busca de una precisión que el poeta convierte en un nervio vivo y doliente, el de una nación aplastada por la tiranía. La patria ausente que se evocaba en Los nadies, es aquí un cadáver joven, quemado y acribillado. Entre un libro y otro, a William González le concedieron el Premio Hiperión, hecho que cimenta una carrera ya consolidada.
Me duele respirar recoge las últimas palabras de Álvaro Conrado, un adolescente de 15 años muerto por un disparo de la policía cuando llevaba agua a un grupo de estudiantes que protestaba contra el presidente Daniel Ortega, en Managua. En abril de 2018 Nicaragua estalló como un volcán. El detonante fue la reforma del seguro médico. Pero la lava del descontento se venía calentando desde que Ortega convirtió su poder en una tiranía. La represión, brutal, dejó más de 400 muertos, y más de cien mil nicaragüenses buscaron protección en el exilio. Me duele respirar fue lo último que dijo Conrado y William Guevara lo lleva al título de este poemario «en memoria de todos los universitarios que perdieron la vida en las revueltas de abril».
La patria, como escenario de nuevo de la violencia de la tiranía, la patria dulce. De ahí que González evoque las palabras de Cortázar: «Nicaragua, tan violentamente dulce». Y en esa paradoja se mueven los versos que comienzan en abril de 2018, un país de cadáveres poéticos: «Nicaragua, país en el que cada día mueren versos en la boca de quienes los recitan». ¿Es un destino? En los primeros compases la tragedia se vive como ese eterno retorno de un país que nunca ha encontrado la senda de la estabilidad democrática: «el destino es hundirnos en desgracia». Y la primera imagen que lo confirma es la de un muchacho que camina entre el fuego con una hulera en la mano. La hulera en Nicaragua es nuestro tirachinas: «se ahoga entre las llamas engullido por la imponente oscuridad, apátrida». Pero ya su pisada «es símbolo de rebeldía, pasa un centelleo erebo, crematorio calorífico». Hay en la calle «tanto calor que no cabe en un poema».
El poeta añade la miseria moral cuando anota que «en la televisión, los líderes del gobierno condenan crímenes abiertamente que han sido cometidos por sus órdenes«. Y desde la lejanía, desde España, siente el extrañamiento de vivir una realidad lejana en el espacio: «profunda mi extrañeza, llorar por dentro sin que nadie mire el esplendor de mis hirientes lágrimas». Pero el dolor no le impide dibujar una patria soñada en el poema titulado Empatría, «hogar donde cabemos todos, sin diferencias. La igualdad como pan. Himno, la poesía. Los besos como emblema. ¿Religión? Usted ame» Bajo el signo de San Agustín: «ama y haz lo que quieras».
Y siguen poemas cargados de imágenes fúnebres, madres que llevan sus hijos muertos a hombros, «hasta las piedras mueren», en un paisaje adornado por «nardos fúnebres», donde solo caben epitafios, y lugares señalados donde murió un compañero de clase, lugar marcado por la sangre y el lodo: «sangre en el tanatorio, sangre en la funeraria, sangre en el hospital». La anáfora martillea el rojo mortal. El 30 de mayo de 2018 la herida se abre en canal en la Masacre del día de las madres, y el recuerdo cansado de la historia: «mi bisabuelo fue fusilado por Somoza, mártir del somocismo despiadado» Pero como contrapunto, en la poesía de William late siempre el amor a la patria, el deseo de fundirse con sus lagos: «siempre quise ser lago, masa de agua permanente, quieta».
A pesar del profundo dolor que transpira, no es un libro pesimista. Anota el final de la tiranía: «exterminarse, fin de la autocracia» y proclama la promesa: «volveremos a vernos, amor mío en una calle alegre de Managua, donde respiraremos valentía, donde levantaremos monumentos por esos que no hincaron las rodillas».