Rodin y Giacometti se exhiben en la Fundación Mapfre, del paseo de Recoletos. La exposición está comisariada por Catherine Chevillot, Catherine Grenier y Hugo Daniel. La muestra ha sido posible gracias a la generosidad del Musée Rodin, París y La Fondation Giacometti, París. Simultáneamente la Fundación Canal exhibe dibujos de Rodin.
Dos colosos, dos gigantes de la escultura, obsesionados por la figura humana. Rodin y Giacometti son dos caminos que se cruzan. Más allá del paralelismo entre los dos “hombres que caminan” con que se cierra la exposición de la Fundación Mapfre, hay en Rodin y Giacometti, artistas de generaciones diferentes, vías idénticas, formas comunes, y estaciones de paso compartidas. A pesar de que nunca se encontraron en vida. Cuando Giacometti llega a París, Rodin ya llevaba cinco años enterrado.
Hace tiempo que se abrió en la agenda de la cultura la costumbre, estimulante, de exponer el diálogo en el arte, de exhibir la obra de dos o más artistas, con la idea de acentuar el contraste o destacar los acentos comunes. Las trayectorias de Auguste Rodin y de Alberto Giacometti tienen convergencias y divergencias. Y todas están en esa muestra de la sala Recoletos. Para el gran público, Rodin es el escultor del Pensador, y del “beso”; Giacometti el del hombre que camina, y de los perfiles adelgazados, hombres oxidados, hechos de herrumbre, hechos de materia vieja, solitarios.
Los burgueses de Calais
Dos mundos, dos tiempos. El de Rodin es el mundo anterior a la I Guerra Mundial; el de Giacometti es el tiempo de la Europa de entreguerras, los años convulsos entre el primer y el segundo conflicto mundial. Convive por tanto con el cubismo, con el expresionismo, que ejercen en su obra una gran influencia, y atraviesa la Segunda Guerra, que deja huellas profundas en la obra del escultor. La muestra revela muchas de las zonas menos conocidas de la obra de ambos.
Abre la exposición el conjunto de Los burgueses de Calais, esa obra colosal que se puede contemplar en los jardines del Museo Rodin de París. Conviene, aunque quede mucha exposición porque son doscientas obras, detenerse en el detalle, en la exageración del gesto de algunas figuras hasta llegar a lo inverosímil. Rodin es el primer escultor moderno, por su capacidad de reflejar a través del gesto, de la expresividad del rostro, la angustia, el miedo, la ira. Comparte este rasgo con Giacometti. Sus figuras alargadas, como alambres carcomidos por el salitre del mar, expresan la compleja tragedia de la existencia humana. Jean Genet llamó a esas figuras “los guardianes de los muertos”.
Solitarias figuras en grupo
En Los Burgueses de Calais, Rodin trabaja cada figura de forma individual, y compone el conjunto de tal forma que el espectador puede entrar, caminar entre las figuras, tocar sus manos, acercarse a su dolor. En el viaje de ida y vuelta que Giacometti hizo a la obra de Rodin, uno de los rasgos que adopta de su maestro es este: la cercanía del espectador con la obra, y el estudio de la soledad de los individuos a pesar de estar en grupo. Lo vemos en Cuatro mujeres sobre pedestal, de Giacometti.
Otro de los rasgos comunes es la expresividad de las esculturas, el énfasis en los rostros, que a veces llega hasta la caricatura, la deformación de la expresión. Giacometti alarga las esculturas, las estiliza, en un camino continuo de austeridad, de despojarlas de todo lo accesorio. En ambos artistas hay también un culto al fragmento, a las piezas rotas, que adoptan un sentido nuevo a partir de la ruptura. En una de las salas de la exposición hay una colección de fotografías en la que se puede ver el estudio de ambos artistas. Un gran caserón en el caso de Rodin, a la medida de su obra colosal, y un pequeño estudio en el caso de Giacometti, en el que convive con algunos yesos, vestido siempre con corbata, y un cigarrillo en los labios.
La influencia del arte egipcio
La muestra es rica en referencias y enlaces con la historia del arte. Hay una sección en la que se puede rastrear la influencia del arte antiguo en los dos escultores, en especial el arte egipcio, que los dos conocían con detalle por sus visitas al Louvre. Y alguna escultura de Rodin en la que se traduce aquel principio de Miguel Ángel: las esculturas están dentro de la pieza de mármol en bruto, y la función del artista es sacarla, hacerla nacer de la piedra. Rodin y Giacometti tienen además otro rasgo en común: en la obra de los dos se siente la energía de sus dedos, la intensidad del trazo que dibuja la mano sobre el barro.
Termina la muestra con esos dos hombres que caminan. El de Rodin es fuerte y sólido, de una gran expresividad. El de Giacometti es frágil, erosionado, solitario. Entre esas dos figuras está la tragedia de Europa, el colapso del hombre contemporáneo.