Rosa María Calaf: «Vivimos en un continuo simulacro»

"Se ha trabajado para construir una ciudadanía que piense que la cultura o la memoria son prescindibles, que crea que la cultura es Bisbal o Justin Bieber"

Esta entrevista con Rosa María Calaf está incluida en el libro Cuéntame algo bueno. Conversaciones con mujeres, de Alfredo Urdaci, en Ludiana editores.

“Ahora todo es un simulacro. Estamos en un permanente simulacro”, dice Calaf. Nos sentamos junto a una chimenea de troncos fingidos, eternos. Un fuego de gas simula un entrañable hogar, un rincón íntimo. Las llamas acarician unos leños indiferentes al fuego. Nos hemos citado en el Club Financiero, alturas de Madrid. Fuera sopla un ventarrón frío y desapacible, y    la terraza de club es como un mascarón que tiembla en medio de la tempestad. La charla discurre por los senderos de la vida de Calaf, que nació con un atlas bajo el brazo.

Rosa María Calaf.- Yo no hubiera hecho nada de lo que he hecho de no haber nacido en la familia en la que vine al mundo. Mi abuelo era empresario, y un gran viajero. Tenía negocios en Cuba, viajaba a Alemania, y recuerdo acompañarle al mue- lle de Barcelona para despedirlo. Él iba en barco a Nueva York. Recuerdo los camarotes, la sirena, el aviso de que teníamos que salir porque el barco iba a zarpar. Eso es mi infancia.

¿Y libros?

Mi padre era un gran lector. En casa se hablaba del mundo con naturalidad. Mi abuelo nos leía cartas de sus amigos de India, donde había ido en barco. Y mi padre era un hombre de múltiples lecturas, y mi madre una mujer muy avanzada. En los años cuarenta ya fumaba en público. Y lo que es más importante: me educaron igual que a mi hermano, y me empezaron a enviar fuera. Con 13 años ya me enviaron a la escuela internacional de Vichy de Francia, y  en el verano en que cumplí los 17 años fui a Vermont, en Estados Unidos. La idea de los idiomas estaba siempre muy presente. Ahora parece que todo esto  no tiene importancia, pero estamos hablando de la España de los años 50, una España cerrada, oscurantista y represora. No era tampoco cuestión de posibilidades económicas porque otros las tenían y no lo hacían. Era la visión de una educación que para mí ha sido un gran activo. En casa había una mirada hacia fuera. Y fuera había cosas que me gustaban más. Otras no. Siempre he tenido esa sensación de tener un pie en cada lado.

¿Y qué quería ser de mayor?

Exploradora. No tenía muy claro que significaba aquello, pero sin duda suponía viajes. Mi padre siempre me dejó ver que yo tenía que decidir. Hice un viaje en autostop por Europa. Amigos de mi padre le decían que estaba loco. En aquella época no había móvil y el teléfono era carísimo. Así que iba mandando postales, de Dinamarca, de Alemania. Y así en casa sabían dónde estaba. Cuando a mi padre le decían que aquello era una locura, respondía que me habían educado lo mejor que habían sabido y podido, y que a partir de ahí yo tenía que decidir. Yo tenía una sensación de respaldo y de confianza, de que podía decidir lo que quisiera. Decidí hacer Derecho, con vistas a la Carrera Diplomática, donde no había mujeres.

¿Y cómo llegó al periodismo?

Me ocurrió que estando en Derecho, Radio Barcelona hizo un espacio que se llamaba Antena universitaria. Estamos en los años 60. Yo hablaba de cine, aunque seguía con mi rollo de hacer carrera diplomática. La habría hecho si no hubieran abierto la Escuela de Periodismo. Me gustaba redactar, me gustaba hablar, y tenía una tía pintora que tenía una buhardilla en la Plaza Real, en plena zona bohemia. Siempre estaba pegada a ella, en su ambiente, que no era nada normal, lleno de mujeres pintoras y escritoras.

Volvamos a la radio.

Ingresé en la escuela de periodismo y me fui a Estados Unidos a hacer unos cursos todavía con vistas a la Escuela Diplomática. Y a la vuelta aparece Ricardo Fernández Deu, que estaba haciendo Derecho, con Pedro Ruiz. Los dos trabajaban en la radio. Ricardo se entera de que José Joaquín Marroquí estaba haciendo unos programas de calle con unidades móviles, que eran la gran novedad. Y montan un programa de directos de calle, y buscan una chica. Ricardo me preguntó si me apetecía la radio, y pensé que sí, porque ya me gustaba todo esto. Sacar un micro o una cámara la calle en los 70 era algo insólito. Y eso es lo que me tocó, en la plaza de Cataluña.

¿Y se olvidó de la diplomacia?

Fue un desencanto. Vine a Madrid en otoño porque un grupo de jóvenes diplomáticos organizaban unas clases en el Palacio de Santa Cruz para preparar el temario. Éramos un grupo de unos doce. No me gustó el ambiente. La evaluación del trabajo fue buena, me dijeron que quizá la mejor, pero mira, había una cosa extraña. Teníamos que llevar unas fichas con frases célebres y en los textos había que colocar citas. Yo no puse ninguna, porque pensaba que era más importante pensar por una misma. Y me dijeron que mi trabajo era el mejor, el más enjundioso pero tenía el enorme defecto de no tener citas. Me desencantó. Así que se dio un cúmulo de circunstancias que me indicaron que yo tenía que hacer periodismo internacional.

Con Ricardo Fernández Deu tuvo un buen guía para la radio.

Siempre hacemos bromas. El me llama su descubrimiento. He sido una afortunada, por las personas que he encontrado en mi vida, y por el momento en que han aparecido. Marroquí decidió confiar en mi cuando no había demostrado nada. Se fue a Madrid a televisión y me planteó si le quería acompañar y le dije que sí. Yo quería hacer información internacional, y eso había que hacerlo en Madrid. En la radio tuve una escuela magnífica. En la Escuela de Periodismo la verdad es que no aprendí nada. En Televisión Española participé incluso en aquellos primeros programas que se hicieron en catalán en los años 70.

«En Chad nos detuvieron y nos metieron en la cárcel, con coche incluido. Dormíamos en el patio de la prisión»

Y llega su primer gran viaje a África.

Llevaba un par de años en la radio, y empezamos a hablar, con mi hermano y mi compañero, de hacer una expedición al Sáhara. Luego el Sáhara   nos parecía poco y aquello se amplió. Encontramos apoyo en la Pegaso, que nos prestó el coche, que era una furgoneta de las de repartir leche. Encontramos gente que nos apoyó. Esto en la vida es muy importante. Allí estaba Jaime Borrell, que era el marido de Laly Soldevilla. No nos conocía de nada. Le pareció estupendo, y más teniendo en cuenta que iba una mujer. Conseguimos no dinero pero sí infraestructura para el viaje: ropa, comida, montones de cosas. Salimos con intención de pasar seis meses y estuvimos más de un año. Eso ahora no se podría hacer, por seguridad. No tuvimos ningún problema. En la Escuela Massana nos pintaron la furgoneta y en la puerta lateral dibujaron un mapa con el recorrido, así que en cada etapa poníamos con cinta adhesiva el lugar en que estábamos.

¿De verdad ni un solo problema?

Eran los 70, los primeros años después de la colonización. Eran peligrosas algunas ciudades, pero en términos urbanos, pero no como ahora, que eres blanco y por tanto un objetivo político. Tuvimos un par de incidentes surrealistas. En Chad nos detuvieron y nos metieron en la cárcel, con coche incluido. Dormíamos en el patio de la prisión. Allí a los presos no les daban de comer. Pensaban que no podían alimentar a un delincuente mientras fuera el resto se moría de hambre. Como llevábamos latas, arroz, pasta, y un gas para cocinar, terminamos repartiendo comida a los presos. Nunca nos trataron mal.

¿Y por qué les detuvieron?

Por perplejidad. No entendían qué hacíamos allí. No entendían el sentido de aquel viaje. El riesgo era que nadie en España sabía que estábamos allí, perdidos y detenidos en medio del Chad. Cruzamos Zaire, fuimos a Malí, hasta Tombuctú. Eso ahora es imposible.

Se han globalizado la desigualdad y la inseguridad.

Es una mezcla de todo: de explotación, de injusticia, y de información. Las cosas que ocurren en cualquier lugar llegan muy deprisa y pueden ser muy manipuladas. Eso provoca reacciones en esos lugares. Por ejemplo, el cambio que he visto en Indonesia, en poquísimo tiempo. Las consecuencias de lo que ocurre en el mundo cuajan en semanas. La primera vez que fui a Indonesia era un lugar tranquilo. Las zonas centrales de Java y de Sumatra eran una balsa de aceite y hoy son zona de yihad. En aquella época podías hablar con los dirigentes locales. Hoy ni te acerques porque acabas secuestrado. Esa gente no tenía información. ¿Qué ha pasado? Les empiezan a bombardear con las Torres gemelas, con interpretaciones de todo lo que está ocurriendo y eso provoca un giro radical. En África ha pasado lo mismo. Hay una razón objetiva que es el expolio y la corrupción, pero para ser corrupto necesitas alguien que te corrompa. Hay un cambio profundo. Pensábamos que la lucha por los derechos humanos, por poner a la persona en el centro, era un camino irreversible. Eso se ha roto.

¿También en los derechos de la mujer, en la igualdad?

En eso ha habido una evolución en nuestro entorno. Es cierto que en los años 60 en algunas profesiones éramos cuatro gatas y hoy hay más mujeres que hombres. Se ha ganado en número pero no en calidad. En el caso del periodismo, en la dirección o en la opinión, ahí no estamos. En la dirección económica  y en la ciencia tampoco. Ha habido una gran evolución sobre el papel y en las mentalidades, pero al tiempo vemos unos retrocesos muy rápidos. Los países nórdicos están teniendo problemas de maltrato y violencia que son inauditos. No solo no desparecen sino que aumentan. Eso es una involución. Todas estas sociedades que habíamos hecho un salto evolutivo en la igualdad, tenemos instalada la idea de que no hay que hacer nada porque todo está hecho. Y eso es peligroso, porque es cuando se marcha hacia atrás por el abandono de las defensas. Me horrorizan las encuestas que veo en universidades. Ahora mientras los chicos te dicen que en 10 años se ven viajando y ejerciendo su profesión, muchas chicas te dicen que como se ven es casadas y con hijos. ¿Eso es malo? No, siempre que no sea excluyente de otras opciones.

Feminismo y postmachismo

Rosa María Calaf
Rosa María Calaf

¿Crees, por tanto, que el machismo no está derrotado?

Hay un postmachismo que lo ha hecho muy bien. Nos hemos creído que todo está conseguido e insisto, ese es un discurso muy peligroso. Ha habido una extraordinaria eficacia por parte de quienes han querido desacreditar el feminismo para que perdiera fuerza e influencia. Me parece muy evidente que la revolución más importante del siglo XX ha sido la de la igualdad y la del avance de las mujeres. Por luchar por los derechos de la mujer no estamos peleando contra el hombre. Eso es lo que se pretende que se crea, para desacreditar el feminismo. Lo que pretendemos es que todos construyamos sociedad. No solo la mitad de las personas. No somos más listas. Es una cuestión de justicia. Por la eficacia  de la construcción social, debemos contar con todos. Yo creo que este mensaje se entiende, pero hay muchos a los que no les gusta nada y tienen capacidad de parar ese avance positivo. Eso ha hecho que haya habido un frenazo. Estamos viendo retrocesos en derechos. Hay muchas fuerzas que no quieren una sociedad más justa.

Luego está la gran promesa de la sociedad de la información. Tendríamos acceso a todo el conocimiento, y sin embargo hoy es más fácil que nunca ser un cretino profesional.

Rosa María Calaf.– Se ha conseguido crear un mecanismo por el que la gente acaba pidiendo aquello que va en contra de sus propios intereses. Ya no tienes que hacer un golpe de estado, que es una cosa molesta y mal vista. Si convences a la gente de que lo que quieren es que les limiten las libertades, esa es la tormenta perfecta. El caso de la Unión Europea es paradigmático y significativo. En la Unión se crea ciudadanía, se crean derechos. Pero hay quien es contrario a esos avances y se dedica a poner palos en las ruedas, a desacreditar a la Unión. Buscan que no funcione bien, y si el ciudadano te compra el mensaje de que todo lo malo viene de Bruselas, va a pedir que se elimine sin preguntarse a quién beneficia esa ruptura. La tecnología ha cambiado la forma de hacer las guerras.

«Se ha trabajado para construir una ciudadanía que piense que la cultura o la memoria son prescindibles, que crea que la cultura es Bisbal o Justin Bieber«

La tecnología es una herramienta, que se puede usar bien o mal. La tecnología tiene una gran fuerza, es el mejor instrumento que ha tenido la humanidad al alcance de la mano. Permite conocer, construir, comprender, consensuar, no rechazar lo diverso, y no temer lo diferente. Pero puede ser una herramienta de desconocimiento, de alejamiento, de incomprensión. Si no se enseña a las personas a utilizar ese lenguaje nuevo que son las redes, si no se hace una alfabetización digital, la mayor parte de la gente la utilizará mal. O reconducimos la era maravillosa de la comunicación o tendremos un mundo de consumidores de productos y de ideas, pero no de ciudadanos que piensen lo que quieren (dicen). El que ha montado esta estrategia contra Europa es alguien brillante, porque    ha conseguido que una parte de los ciudadanos perciban que el enemigo es la Unión Europea.

A eso también contribuye que la historia tiene menos peso en la opinión pública.

También se ha trabajado para conseguir eso. Se ha trabajado para construir una ciudadanía que piense que la cultura o la memoria son prescindibles, que crea que la cultura es Bisbal o Justin Bieber. Eso es tremendo. Es cultura de masas prefabricada, que hoy está y mañana no está. La educación también tiene mucho que ver en esto. Las dos patas, información y educación, si no te proporcionan argumentos sólidos e independientes que no estén al servicio de un lado u otro, han fracasado. La gente cree que sabe porque tiene la cuenta de Twitter de Hillary. No tiene ni idea de nada. Una humanidad que no sabe es más fácil de dominar.

Formas parte de la que quizá ha sido la última generación de grandes corresponsales extranjeros.

La empresa periodística ha perdido su vocación. El objetivo ahora ya   no es la excelencia informativa, ya no es hacer un producto de calidad. El corresponsal es una especie no en vías de extinción sino extinta. Dicen que es   una figura muy cara, y que ahora cuando ocurre algo tienes muchas fuentes de información en tiempo real, que puedes enviar a alguien al otro lado del mundo en horas. Ya, pero estás cubriendo algo cuando pasa, pero ¿qué haces mientras no pasa? ¿Quién se encarga de mirar las corrientes de fondo, de anticipar los acontecimientos, de explicar el alcance e importancia de los sucesos? Eso se ha perdido, porque tampoco interesa que el ciudadano se haga preguntas. Se va a lo que impacta, no a lo que importa. Es importante saber de dónde vienen las cosas y a dónde van. Es como la memoria. No puedes entender el mundo si no miras hacia atrás. Y esa es la tarea del corresponsal.

Ahora se maneja el término postverdad, como si esto fuera nuevo.

La postverdad es la mentira de toda la vida. El postmachismo es el de siempre, pero hecho mejor, más difícil de detectar. El hecho de que haya habido intereses que interfieren, eso ha ocurrido toda la vida. El periodismo hace visible lo que no se quiere que se vea o que se cuente. Ahora los intereses son muy supe- riores, y están mejor organizados, y tienen mejores herramientas.

Has estado en casi todos los países. ¿Dónde está el infierno?

Me faltan 13 países en mi pasaporte. El infierno yo lo veo ahora en Occidente, en la pérdida de las libertades. Hay países que tienen instituciones fuertes, que tienen anticuerpos resistentes a la corrupción. Nosotros no es que seamos más corruptos que los demás, lo que ocurre es que la reacción y la respuesta en otros países es distinta. El infierno es ahora la consolidación de unas prácticas en las que las personas ya no importan. Se crea una cultura del trabajo en la que hoy estás aquí y mañana prescinden de ti sin que importes nada.

Pensaba que el infierno lo ibas a situar en Haití.

Hombre, donde haya más pobreza, más abuso de derechos. Hay millones de personas que nacen y mueren en el mismo lugar, y que entre un punto y otro, entre el nacimiento y la muerte, lo único que hacen cada día es sobrevivir. No saben si van a comer, si sus hijos van a vivir al día siguiente. Todo eso es una tremenda tragedia. La peor violencia es la condena a vivir en la miseria permanente sin ninguna opción. Eso es Haití, un país donde aquellos que pueden cambiar las cosas se dedican a cambiarlas para sí mismos, y no les importa nada la gente. Nosotros no vivimos así. Pero tampoco hay un respeto por las personas, y por eso tenemos más culpa, porque tenemos más educación y más medios y podríamos hacerlo mejor de lo que lo hacemos. Nuestra responsabilidad es mayor. Está Haití, y está el Congo. El Congo es la destrucción y la falta de humanidad más total y absoluta. El hecho de que se use el cuerpo de la mujer para destruir las comunidades es terrible. Una guerra mata, pero mucho peor es la táctica siste- mática de impedir que las mujeres salgan porque son violadas. Se deshumaniza completamente la comunidad.

El fuego sigue ardiendo, el leño sigue intacto. El simulacro irradia un calor denso. Rosa se marcha. Rosa nunca se va a la provincia de al lado. Ahora coge un avión a Japón, un país donde los niños ven a su mamá todos los días, y a su papá una vez al año. Rosa viene de pasar unos días en Noruega. Y recuerda que hace no mucho se marchó en coche hasta Mongolia: “me sigue gustando el contacto directo con la gente, es así como te enteras de cómo viven, de cómo piensan, de lo que esperan de sus vidas”

Alfredo Urdaci
Alfredo Urdaci
Nacido en Pamplona en 1959. Estudié Ciencias de la Información en la Universidad de Navarra. Premio fin de Carrera 1983. Estudié Filosofía en la Complutense. He trabajado en Diario 16, Radio Nacional de España y TVE. He publicado algunos libros y me gusta escribir sobre los libros que he leído, la música que he escuchado, las cosas que veo, y los restaurantes que he descubierto. Sin más pretensión que compartir la vida buena.

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