‘Anoxia’, las fronteras de la vida y la muerte, de Miguel Ángel Hernández

Anoxia. Miguel Ángel Hernández. Editorial Anagrama

Anoxia. La RAE lo define como la falta casi total de oxígeno en la sangre o en los tejidos corporales. Y es en ese terreno conceptual en el que se mueve esta novela sutil, conmovedora, perfecta en su forma de trabar el arte con la vida. La historia es, en apariencia, menor. Una mujer, Dolores, arrastra el duelo por un marido muerto en un accidente de motocicleta hace diez años. En esa década, Dolores ha visto crecer a su hijo, que estudia en la capital, y mantiene abierto un estudio de fotografía al que acuden cada vez menos clientes. La imagen analógica se ha ido perdiendo, aplastada por las modas de la imagen digital. En el mundo nuevo que banaliza toda imagen, que celebra la capacidad infinita de falsear el original, como falsea la realidad, el revelado químico se ha convertido en una pieza de museo. También esa posibilidad tiene sus sujetos codiciosos, que lo quieren convertir todo en un catálogo muerto de negativos archivados, clasificados, para gloria de sus gestores culturales.

anoxia

Así que nos encontramos en Anoxia con tres elementos, tres capaz o piezas que funcionan de forma coordinada con precisión: la reflexión sobre el arte de la fotografía, la crítica cultural y el artefacto de una vida analizada en sus pliegues interiores más íntimos. Los tres elementos están trabados con una pericia magistral.

Hemos tomado prestada una fotografía de Eugene Smith. Se titula Velatorio español, y fue tomada en Deleitosa, un pueblo extremeño de la España de 1950. Y la hemos traído a la portada porque el detonante de la historia que cuenta Anoxia es el encargo que recibe Dolores: tomar fotos de un muerto.

Ese trabajo le devolverá a la vida como fotógrafa. Clemente Artés, la persona que le pide que haga esas fotos, es un viejo profesional de la fotografía de vida azarosa, que se enfrenta al tramo final de su existencia y que practica la antigua costumbre social de tomar fotos de los muertos, para que los vivos puedan interiorizar el duelo, para atreverse a mirar de cara a la muerte. Dolores evitó ver los restos de su marido muerto. «En todos estos años no ha logrado escapar de ese peso. Por el deseo fugaz, pero también por todo lo que vino después. Porque ella sabe bien que ahí está el origen de su cobardía. NO se atrevió a mirar a Luis a la cara. NI en la morgue ni en el tanatorio. No encontró el modo de hacerlo. Y es probable que allí se generase el vacío. El que la acompaña y el que la atraviesa. El que late a su lado y el que la devora por dentro. El vacío también de la imagen. El recuerdo que falta. El que aún no se atreve a imaginar».

Párrafos como el anterior nos dan la medida de la novela: la vida de Dolores transita en esas zonas en las que falta el oxígeno, como los peces que boquean en las orillas del mar Menor cada vez que las lluvias forman una riada de abonos tóxicos que matan la vida. La vida de Dolores pugna por salir, late su sexualidad dormida, y recupera sus relaciones sociales, con temor, con ingenuidad y torpeza. Se acerca a los muertos para retratarlos y pone su trípode en la costa para documentar la muerte del mar. Y Hernández narra el interior de esa vida con una capacidad extraordinaria de construir un personaje real, al que el lector siente cerca. La vida hecha literatura, la memoria de la pérdida, la ausencia, y la capacidad del arte para sanar, para salvar.

En el relato, Hernández recorre la historia de la fotografía, y su sentido, en buena parte hoy perdido. Desde el daguerrotipo, Dolores vuelve a recorrer de la mano de Clemente el devenir de un arte que fue artesano en sus inicios: la química, el mercurio, los tiempos, la exposición, y la incertidumbre de una imagen, que a veces sale y otras veces no sale. Hernández, sin entrar de una forma patente en el tema, nos deja una reflexión sobre el valor de la imagen en nuestro mundo, sobre la capacidad que ha perdido la fotografía actual y democratizada de reconocernos. Una novela magistral.

Alfredo Urdaci
Alfredo Urdaci
Nacido en Pamplona en 1959. Estudié Ciencias de la Información en la Universidad de Navarra. Premio fin de Carrera 1983. Estudié Filosofía en la Complutense. He trabajado en Diario 16, Radio Nacional de España y TVE. He publicado algunos libros y me gusta escribir sobre los libros que he leído, la música que he escuchado, las cosas que veo, y los restaurantes que he descubierto. Sin más pretensión que compartir la vida buena.

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