‘Estás muerto y tú lo sabes’, un relato negro con sangre, orina y arena

Estás muerto y tú lo sabes. Gregorio Casamayor. Editorial Acantilado

muerto

El estilo. Casamayor es un escritor que va directo al corazón, o más bien habría que decir que se dirige directo a la herida, a la cicatriz, en busca del latido de las venas y las arterias, pero también de la roña, de la sangre seca, del nervio y su dolor. Así, el comienzo de Estás muerto y tú lo sabes traza en cuatro líneas las condiciones del relato: una madrugada de difuntos y un narrador omnisciente que es el ángel guardián de Pacho Heredia, un recluso de la Modelo que está a punto de salir de la cárcel después de dos años encerrado por agresión a su pareja, a la Visi. Y el ángel establece los límites de su intervención: «muy a mi pesar, sin disponer de los privilegios de acceso necesarios, un ángel guardián de oficio no puede alterar el curso de los acontecimientos en los que está inmerso su protegido». ¿Protegido? ‘No me toques los huevos» podría decir Heredia, que sale de la cárcel donde vive seguro a una Barcelona donde le esperan para cobrarle unas deudas que no son de dinero. La de Casamayor es una novela negra con todo el fatum clásico de una obra griega, el destino trágico de los malacabeza.

En Estás muerto y tú lo sabes, Pacho Heredia es un antihéroe condenado a morir. Lo sabe desde el momento que sale de la prisión a la intemperie. Está seguro de que le buscan para ajustar cuentas por el asesinato de dos sicarios. Heredia era el ángel de la guarda de un tal Molina, alias el Puma, para el que trabajaba haciendo encargos de matón. A Heredia un día se le fue la mano. Y no pagó por ese crimen porque a los pocos días le detuvieron por malos tratos a la Visi y se fue a prisión por un delito menor. Menor comparado con el que había cometido unos días antes: matar a dos macarras y enterrarlos en Collserola. Todo esto se cuenta en los primeros compases de la novela, así que no estamos desmontando el misterio.

La clave del relato está en un encargo que Heredia recibe al salir de la cárcel. Un funcionario le entrega un paquete y trescientos euros para que la caja envuelta en papel que le ha entregado llegue a su destino. Le da también un móvil para que espere una llamada. El paquete es el clavo de Chéjov. Ya saben aquello del ruso: «si en el inicio de la novela alguien pone un clavo en una pared, al final tiene que haber un personaje que ponga su sombrero en esa escarpia». Y en ese plano del juego del narrador con el lector, la novela es clásica, canónica, magistral.

Lo es también en la descripción y en la complejidad del personaje. Heredia es un buen chico, un buen carpintero, un ebanista profesional. Su única esperanza de encarrilar su vida está en una caja de herramientas de ebanista que guarda en casa su primera mujer, Mariajo. Heredia piensa que las guarda. Y se aferra a esas herramientas con la vana esperanza de poder hablar con ella, pedir perdón, que ella y su hijo le perdonen. En fin, busca un abrazo antes de salir corriendo de Barcelona para huir del desastre.

A Pacho Heredia los ángeles le dieron un maldito don. Cuando toca a alguien, cuando aprieta la mano en un saludo, cuando toca el hombre de un hombre para que le deje cruzar la puerta del metro, Pacho ve en unos destellos su destino, el fatum que le espera, la hora de su muerte. Un espanto que le llena de temor y que procura evitar eludiendo el contacto con la gente. Una herencia de su madre, una curandera, un oficio que le trajo a la familia la desgracia de un destino trágico. Como Heredia, el lector también destellos del final que espera al protagonista. Avanza en la novela con la esperanza de que algo salga bien, y la certeza de que todo va a ir mal. Casamayor maneja el relato con un estilo seco, una prosa sin adornos, de colores sucios, sangre negra, orinas y arena.

La Barcelona de Estás muerto y tú lo sabes es una ciudad de barrios, es la ciudad suburbana del metro y las líneas por las que se mueve Pacho Heredia después de salir de la prisión. Es una ciudad de bares sin papel higiénico en los lavabos. No hay en el relato ni un detalle, ni un atisbo de postal, ni siquiera para agudizar el contraste con las calles por las que se mueve Heredia

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Alfredo Urdaci
Alfredo Urdaci
Nacido en Pamplona en 1959. Estudié Ciencias de la Información en la Universidad de Navarra. Premio fin de Carrera 1983. Estudié Filosofía en la Complutense. He trabajado en Diario 16, Radio Nacional de España y TVE. He publicado algunos libros y me gusta escribir sobre los libros que he leído, la música que he escuchado, las cosas que veo, y los restaurantes que he descubierto. Sin más pretensión que compartir la vida buena.

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