viernes, marzo 29, 2024

‘Mexicana’, la pasión chilanga* de Arroyo Stephens

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Mexicana. Manuel Arroyo Stephens. Editorial Acantilado. 106 páginas

Manuel Arroyo Stephens era un escritor que eligió la vía del editor. Esa fue su obra maestra: un catálogo de libros que seguía la propia corriente intelectual de pasiones, aficiones, y afecciones. Dejó además algunos textos con pasajes de sus memorias, que son también una colección de afanes, locuras, persecuciones, amistades y sujetos extravagantes con los que se cruzó en la vida. También había dolores, sobre todo familiares, que no todo es fiesta en la vida aventurera. La gran lección vital de Arroyo Stephens fue su capacidad de organizar un mundo propio, en el que los libros eran el paisaje fundamental. Crear un mundo y habitarlo. Esa es la gran tarea humana. Muerto Arroyo Stephens, sus herederas han entregado a la editorial Acantilado el primer manojo de textos. Son diversos en el estilo y en los temas. En eso recuerdan a Pisando ceniza, aquella primera entrega (2015) de unos recuerdos elaborados como literatura, alta literatura. Los de Mexicana tienen como ámbito común aquel país, tan desconcertante como fascinante. *Nota: los chilangos son los habitantes del Distrito Federal.

Atrapado para siempre

Mexicana, Manuel Arroyo-Stephens
Mexicana, Manuel Arroyo-Stephens

Abre el tercio de Mexicana, Siempre salgo de casa, un relato desternillante, cargado con el humor ácido de Arroyo Stephens, con su precisión para retratar tipos, con su impía costumbre de reírse de sí mismo y de las situaciones en que le pone la vida. Siempre salgo de casa tiene un título como de encíclica, porque son las primeras palabras del relato: «siempre salgo de casa con un tomo de Valle-Inclán, por si me hace esperar algún pendejo». El pendejo es Arroyo. El texto refleja el asombro, la perplejidad del que se encuentra con México y los modos del ser mexicano. El que siempre sale de casa con un tomo de Valle-Inclán es un tal Castañeda, aristócrata y pintor, que podría ser un personaje de Valle. Exuberante, intempestivo, salvaje, borracho, pantagruélico, excesivo, lector de las crónicas taurinas de Joaquín Vidal, y que por las mañanas desayuna greguerías de Gómez de la Serna.

Castañeda, barón de Beltenebros, pasea a Arroyo por las tabernas de México D.F., por los garitos donde cantan los mariachis. Le presenta a Caramuel, un fotógrafo de sucesos que, al modo de Weegee, retrata a los finados cuando están aún calientes, y le enseña su obra: una versión de La familia de Carlos IV, de Goya, en la que el pintor ha puesto a los Borbones las caras de Juan Carlos y su familia. El texto termina con un desayuno interminable, una mesa de abundancia y está plagado de observaciones agudas sobre lo mexicano: «la atracción que sentía por aquella mesa era tan fuerte como el rechazo que me producía en el estómago su olor a madres, mezclado con esa sensación que da la comida mexicana de que se la ha comido alguien antes, el vértigo de saber que si no salía en ese mismo instante huyendo iba a quedar atrapado en México para siempre».

El velatorio y la resurrección de Chavela

El segundo de los relatos de Mexicana tiene como tema la resurrección de Chavela Vargas. Y a Arroyo Stephens como deus ex machina, alguien ajeno al mundo de la industria de la música, que fue el factor que dio a Chavela su gloria final. Y el punto de partida de La gente comenzó a llegar al velatorio es el duelo por la muerte de Jos´4e Alfredo. Un velatorio mexicano. Por allí pasó el Indio Fernández, con su mariachi: «A José Alfredo no se le despide con rezos y llantos! ¡A José Alfredo se le despide cantando!» Y por allí aparece una mujer que se acerca al féretro, pasada la medianoche, y canta y bebe hasta el alba. Era Chavela.

Lo que sigue es el relato detallado de cómo Arroyo Stephens siguió a Chavela, llegó hasta ella, se coló en su camerino empujado por el escritor cubano Eliseo Alberto y le propuso, a Chavela, llevarla a España, sin saber cómo hacerlo. Un tipo de corazonadas y de impulsos. Chavela era entonces, en México, apenas una voz olvidada que ya no congregaba ni el público que llena un bar. Arroyo la trajo a España y regresó a la gloria. Mexicana se completa con textos sobre la casa que el editor construyó en la playa de Bellavista, y dos capítulos, de textura literaria, uno de ellos, el final, que tiene el tono de una agónica despedida: «yo me voy lejos, casi tengo la sensación de estarme yendo a otro mundo. Siento el rostro adormecido por ese aire frío y pienso que está bien, que todo está muy bien». En el caso de Arroyo Stephens uno siempre se queda con ganas de más: su vida era una pura aventura en la que apostaba con el corazón y luego salía del paso con la cabeza, para luego escribir sobre su vida con un talento literario extraordinario.

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Alfredo Urdaci
Alfredo Urdaci
Nacido en Pamplona en 1959. Estudié Ciencias de la Información en la Universidad de Navarra. Premio fin de Carrera 1983. Estudié Filosofía en la Complutense. He trabajado en Diario 16, Radio Nacional de España y TVE. He publicado algunos libros y me gusta escribir sobre los libros que he leído, la música que he escuchado, las cosas que veo, y los restaurantes que he descubierto. Sin más pretensión que compartir la vida buena.

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