Tiempos recios Mario Vargas Llosa. Editorial Alfaguara. 20,90€
Quienes piensen que las llamadas fake news son un fenómeno nuevo descubrirán en las primeras páginas de este Tiempos recios de Vargas Llosa el uso perverso e implacable de la comunicación para derribar al gobierno de Jacobo Árbenz en la Guatemala de los primeros años 50, cuando el país se abría a una democracia que pretendía terminar con la profunda desigualdad entre blancos e indígenas. Dos inmigrantes judíos, Edward Bernays y Sam Zemurray se confabularon desde los Estados Unidos para organizar la mayor campaña de intoxicación contra un gobierno. Bernays fue el primero que patentó las relaciones públicas como arma de influencia política. Zemurray fue el creador de la United Fruit, un imperio de exportación de fruta que tumbó gobiernos, organizó golpes de estado y convirtió Centroamérica y el Caribe en una finca de sangre gobernada por capataces sin escrúpulos.
Para esa operación de persuasión colectiva, los Bernays/Zemurrays no utilizaron a la prensa republicana sino a la demócrata, sobre todo a The New York Times. ¿Quién mejor que el Times de Nueva York para certificar que en Guatemala Jacobo Árbenz estaba creando una base para la penetración soviética en América, aunque no fuera verdad? Convencer a Eishenhower fue sencillo. El siguiente paso fue dar carta blanca a la CIA para derribar a Árbenz y colocar a Carlos Castillo Armas, un mediocre militar, apodado Caca o Cara de Hacha, que organizó un chapucero asalto desde Honduras, con la ayuda de los dictadores de la región, en especial el Somoza de Nicaragua y el Trujillo de República Dominicana. Castillo Armas seria liquidado más tarde ( en un oscuro suceso que se narra en Tiempos recios) para dar lugar a una sucesión de dictaduras militares efímeras pero sangrientas. A la United Fruit le parecían todas blandas e incapaces.
Miss Guatemala, que nunca lo fue
En este escenario de ficciones organizadas por el poder sitúa Vargas Llosa su Tiempos recios, novela que toma prestado el título de una frase de Santa Teresa. Frente a ese despliegue de propaganda, el autor crea los actores de un relato en el que las conspiraciones se suceden, urdidas por personajes que cubren todas las escalas de la maldad. Ficción y realidad se entrelazan en una novela hipnótica, trepidante. Vargas Llosa tiene la maestría de dar vida a criaturas con relieves profundos como Martita Borrero Parra, la Miss Guatemala que nunca lo fue (uno de los personajes más interesantes de esta novela), o su padre, el abogado y profesor de Derecho, Arturo Borrero Lamas. O Johnny Abbes García, esbirro del dictador dominicano Trujillo encargado por el general de perseguir a opositores en México o de desestabilizar Guatemala con el asesinato de Castillo Armas.
La tesis política de la novela es que el derribo de Árbenz, que quería para Guatemala una democracia similar a la de los Estados Unidos, fue un profundo error. La United Fruit temía que los derechos políticos de los guatemaltecos se contagiaran a otros países y terminaran lastrando la cuenta de beneficios de una empresa multimillonaria. En el clima de tensión de la Guerra fría, el comunismo fue un pretexto para controlar un país, eliminar a la oposición, pasar por las armas a la cabeza de los movimientos indígenas, y ofrecer esa represión como ejemplo al resto de Centroamérica. El efecto fue el contrario. Los movimientos de izquierdas leyeron los acontecimientos de Guatemala como una lección. Las revoluciones debían controlar en primer lugar al ejército, y buscar la protección soviética frente a la brutalidad de los Estados Unidos. En lugar de evitar la propagación del comunismo, la United Fruit y la CIA le abrieron las puertas de América.
Un prodigio de técnica narrativa
La técnica narrativa de Vargas Llosa es siempre deslumbrante. Su capacidad para deconstruir la realidad y armar un rompecabezas de gran eficacia narrativa convierte la novela en un artefacto que atrapa al lector. El dominio de la historia, el manejo de grandes volúmenes de datos no lastra el relato, al contrario. Vargas Llosa utiliza trucos de prestidigitador, como esa conversación de Trujillo en la que se superponen dos tiempos, dos interlocutores, para establecer las relaciones del dictador dominicano con Castillo Armas.
Pero quizá lo más relevante es su capacidad de llenar los huecos de la historia gracias a una trama de personajes en los que se mezcla la maldad con la piedad, el miedo, y la incertidumbre de una historia que los maneja y los arroja contra los acontecimientos en los que nadan con aspavientos, con sus pequeñas o grandes miserias. Dos son los principales. Marta Borrero, con su peripecia de adolescente embarazada por uno de los amigos de su padre, luego amante de Castillo Armas, que huye del país cuando el presidente es asesinado y que cierra la novela con un final ambiguo lleno de zonas de sombra. El otro es Jonnhy Abbes, agente siniestro, de una fealdad extrema y de una lujuria soez. Hay muchos más, como Arturo Borrero y Efrén García, primer marido de Marta, viejo amigo de Arturo, al que el embarazo de su hija le condena a ser odiado y despreciado. Los dos se reencontrarán en uno de los momentos más intensos de la novela.
Para quienes conozcan La fiesta del chivo, Tiempos recios les sonará a algo ya sabido, algo ya leído, una novela que se sitúa un par de escalones por debajo de aquella. Pero no por ello deja de ser una gran obra. No es una novela genial. Al relato le falta unidad, y deja una impresión de dispersión, como si la realidad y sus sombras se hubieran escapado a esa gran capacidad que tiene el autor de convertir la historia en una novela en la que es difícil discernir los elementos reales de los inventados. Pero los personajes y el relato son de una belleza fascinante, y las derivas de su destino conforman un gran relato en el que el lector se abandona como en una de esas grandes novelas del siglo pasado.