Tomás Baleztena se asoma a la puerta de su estudio, en un bajo del Carabanchel de Vista Alegre. Tiene un aire de marino, elegante, enjuto, elemental. En el estudio están clavados en la pared tres grandes lienzos. Son tres obras en marcha que le dan al rincón un ambiente abisal de grises, azules y negros oceánicos. El suelo está impregnado de óleo, y en un lado hay una montaña de tubos de color, como si los hubiera arrastrado una marea. Tomás va cogiendo cuadros terminados y los coloca en la luz para que tengan la misma vida que los animó. Hay paisajes de fronda y luz, árboles que han convertido su larga vida en un garabato, algún retrato de aire holandés en el que la luz pinta un rostro que pudiera ser de cualquier tiempo.
Hay sangre inglesa en Tomás Baleztena. Su padre, arquitecto, conoció a su madre en San Fermín. El hijo nació en Madrid aunque se siente navarro. Hizo Bellas Artes en Inglaterra y luego en la Complutense. Sus primeros éxitos fueron retratos. Y su celebridad dio un salto cuando el Círculo del Liceo de Barcelona le encargó un retrato del rey Felipe VI para conmemorar el 175 aniversario del club. Se trata de un retrato en claroscuro en el que prima el interior del personaje que la forma: «Es más importante sacar la psicología de la persona que el propio parecido físico. Si sacas la psicología el parecido sale. El retrato va de dentro hacia fuera».
Pero en su obra hay paisajes: aguas estancadas sobre las que flotan nenúfares y otras flores acuosas, vegetaciones que tienden hacia un caos de líneas en movimiento. Hay también alguna vista de la Roma clásica, con las ruinas del foro romano, el Coliseo al fondo. Pero lo central en su trabajo de hoy son esos grandes lienzos, a los que no le gusta llamar serie. No son cuadros individuales, «buscan crear un ambiente, y en este caso se trata de ese abismo que, como decía Nietzsche, cuando lo miras durante tiempo, es el abismo el que se acerca a ti y te mira en tu interior».
La de Tomás Baleztena es una pintura psicológica, de estados del alma, impulsiva. Lo cual no quiere decir que obedezca solo al instinto, sino a su meditación y elaboración. A los periodos de creatividad suceden también tiempos en los que el pintor espera ese primer impulso. Y tiene que aguardar la llamada, afinar la escucha, y luego subirse a la ola, y dominarla. En el podcast que acompaña este artículo, Tomás habla también de su familia, una saga navarra de historia remota, de gentes con valor y coraje.