Quien tiene miedo muere a diario. Giuseppe Ayala. Traducción de David Paradela. Gatopardo ediciones.
Giuseppe Ayala formó parte, en los años 80, del pool de jueces de Palermo que combatió contra la mafia siciliana, la llamada Cosa Nostra. Aya es un superviviente en aquel equipo. Las otras dos figuras principales, Giovanni Falcone y Paolo Borsellino, fueron asesinados en sendos atentados, el primero en mayo de 1992, el segundo tan solo unas semanas después, el 19 de julio. Quien tiene miedo muere a diario es una memoria íntima de aquella lucha desde las instituciones frente a un monstruo que se había infiltrado en el estado, en la prensa, en la clase política. Y que hoy sigue vivo y presente.
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El libro toma el título de una cita del juez Borsellino: «es bonito morir por aquello en lo que crees; quien tiene miedo muere a diario, quien no tiene miedo solo muere una vez». En sus memorias, Ayala cuenta el nacimiento del pool antimafia. Antes de formar un equipo coordinado, la judicatura daba palos de ciego, ineficaces, contra una organización que impregnaba toda la cultura siciliana, entendido el término cultura como el modo de vida, las costumbres, las formas propias de organizar la vida en la isla.
Ayala apunta algunos elementos históricos de este sometimiento al poder en un territorio que ha sufrido invasiones, desde el norte y desde el sur, a lo largo de su historia. La reacción contra esa resignación acomodada no vino hasta los asesinatos del general Dalla Chiesa y del dirigente comunista Pio La Torre, en 1982. Alguien puso un cartel escrito a mano en el lugar del asesinato del prefecto: «aquí ha muerto la esperanza de los palermitanos honestos». Las guerras entre familias mafiosas por el control de la organización eran paralelas a la guerra contra esa parte del estado italiano que se había tomado en serio el combate. El mandato de Dalla Chiesa en Sicilia apenas duró cien días.
El libro de Ayala aporta algunos elementos interesantes a esta historia, que es la historia de los hombres y mujeres comprometidos de verdad con la decencia. En primer lugar hay muchos elementos personales, mucha intimidad, que revela lo que había detrás de esa leyenda de magistrados eficaces, que tanta admiración despertó fuera de Italia, y tantas envidias y recelos agitó dentro del país. La segunda aportación tiene que ver con el método. El gran golpe contra la Cosa Nostra que supuso el llamado maxiproceso (1987), con 19 condenas a cadena perpetua, fue el resultado de una estrategia con dos elementos. El primero, un conocimiento del complejo mundo mafioso, de su cultura propia y su funcionamiento. El segundo, una acción judicial que no se terminaba en Palermo, o en Corleone, sino que indagaba más allá de Italia. Cosa Nostra fue la primera empresa italiana global, una multinacional con terminales en Alemania, en Estados Unidos, en España o en Brasil. Por tanto, los jueces debían viajar, conocer a los agentes del FBI o de la policía española, entablar relaciones que permitieran cortar los suministros de pasta de opio, o las redes de blanqueo de dinero de los capos.
En este proceso, fue fundamental la colaboración de los llamados arrepentidos. El primero, Tomasso Buscetta, mafioso que había sufrido en su familia la zarpa criminal de Cosa Nostra. Su venganza fue una confesión detallada sobre la organización, su jerarquía, sus códigos, el peso de cada jefe, y la atribución de responsabilidad en cada uno de los crímenes desde los años sesenta. Como le dijo Buscetta al juez Falcone: «con el inicio de mi confesión, señor juez, usted abre una cuenta con la Cosa Nostra que solo se liquidará el día de su muerte».
Otro elemento importante es la forma de organización de la magistratura. Con la llegada al tribunal de Palermo de Antonino Caponetto, los jueces comenzaron a trabajar de una forma coordinada. Los juzgados ya no eran pequeñas oficinas que hacían un trabajo aislado, sino un equipo de expertos que cruzaba información y aportaba ideas a una causa común. La división del trabajo dio lugar a algunas especializaciones. Así Falcone le decía a Ayala: «tu eres la Voz, pero la música la hacemos juntos». Ayala es lúcido en el análisis sobre el enemigo, y así atribuye la responsabilidad política sobre el poder de la mafia a un sistema de poder italiano que ha dejado que la mafia se siente a la mesa donde se toman las decisiones, y que por tanto la policía y la judicatura nunca ganarán esa batalla.
Ayala es hoy Vicepresidente de la Fundación Falcone, y por tanto encargado de difundir el compromiso ético que motivó e impulsó la primera gran victoria contra el poder mafioso. En Quien tiene miedo muere a diario nos muestra una zona de intimidad oculta hasta ahora en la discreción, que era un estilo de ser y actuar de Falcone, de Ayala, de Borsellino, de Di Lello, y el resto del pool antimafia: nada de escaparates televisivos, mucho trabajo, y mucha paciencia para soportar los ataques, desde la prensa o desde el Consejo Superior de la Magistratura, equivalente a nuestro CGPJ. La eficacia de su estrategia molestaba, sus éxitos fueron vistos como una amenaza o como una forma de hacer política, y fueron aislados. Y como decía Dalla Chiesa, «la mafia mata cuando se produce una especie de combinación fatal: te has vuelto peligroso, pero estás aislado».