Una mujer de mundo. Vernon Lee. Traducción y notas de Pilar Lafuente. El paseo editorial
Vernon Lee es el seudónimo con el que firmaba sus novelas, ensayos y escritos Violet Page, nacida en 1856 en Boulogne sur Mer y fallecida en San Gervasio Bresciano en 1935. Digamos como rasgo principal de su perfil que fue una de las mujeres rebeldes de su época, es decir, que su biografía no se atuvo ni por un minuto a lo que se esperaba de ella. Decidió firmar con un seudónimo masculino porque «quería ser tratada en serio». Sus ensayos versan sobre arte, literatura y viajes. Su gran pasión fue Italia. Su novela más extensa, Miss Brown, es una crítica del esteticismo inglés de la época. Sus relatos fantásticos están entre los mejores del género. Una mujer de mundo pertenece al ciclo Vanitas. Polite Stories, novelas cortas donde se afirma en su rebeldía y sus ideas, todo menos convencionales.
Una mujer de mundo se publicó en 1892 dentro de esa colección de relatos que es Vanitas. Polite stories. Su título original es A worldly woman. Desde la nota editorial que precede al relato, los editores reconocen que no es un relato que estuviera destinado a perdurar en el tiempo. Y sin embargo su estudio de la psicología femenina se lee aún con interés, pero sobre todo con el placer, a ratos deslumbrante, por la sutileza del análisis, por la belleza de las descripciones del alma de los protagonistas. Hablan lo justo, insinúan mucho, utilizan un código de gestos y de suposiciones, una colección de expectativas en la que cualquier fallo puede desencadenar una tormenta, o abrir la puerta a una deriva extraña.
Pero el paso del tiempo tiene efectos en múltiples direcciones. No solo pone a prueba la actualidad de los relatos, su capacidad de llegar al profundo universal que yace en todos los humanos, también despeja la hojarasca que suele ensombrecer a algunos escritores. Y esto tiene especial relevancia en el caso de Vernon Lee, porque su carácter, «imposible de controlar o de civilizar» la encasillaron como una persona incómoda, la arrojaron a los márgenes de la irrelevancia. Imposible valorar la obra con justicia y equilibrio cuando el personaje es alguien a quien se considera «inapropiado». Henry James le atribuía un «tono penosamente desagradable», carente de la debida «delicadeza y finura». Dos dardos que nos permiten imaginar con facilidad las contorsiones que provocaba su presencia intermitente en el Londres victoriano.
Era una mujer emancipada. Hoy diríamos que había desarrollado un proceso de empoderamiento. Las dos sirven. Lo mostraba en su aspecto masculino. Vestía trajes de chaqueta con corbata, y manifestaba de forma abierta su opción homosexual y su oposición a la vida convencional de matrimonios que llevaban las mujeres de su época. Y aquí encaja Una mujer de mundo, porque la protagonista es la señorita Flodden, una joven de familia acomodada, hija de un rico que atesora una colección de excelentes porcelanas.
Valentine Flodden entra en contacto con un experto ceramista, Leonard Greenleaf, un hombre de ideas socialistas, un personaje que habla con la voz de Vernon Lee. Greenleaf, hombre misántropo y contradictorio, intentará que Flodden desarrolle su gusto estético, y dé un sentido igualitario a su inclinación por el arte, y rechace la frivolidad y el egoísmo de su clase social, que contempla la belleza con un sentido de posesión y pertenencia.
El relato está lleno de detalles interesantes, y se organiza con una habilidad sutil no exenta de sorpresas, como en un juego de espejos. En el fondo de este «relato cortés» subyace la decadente decepción de una mujer, convertida aquí en la voz de un hombre, que contempla sus fracasos como el resultado de una falta de coraje para romper el sólido mundo de las convenciones. La traducción de Pilar Lafuente es excelente. Demuestra, una vez más, que el idioma que tiene que dominar el traductor es el de la nueva versión. Y aquí se cumple con excelencia.