Si nunca has leído a Jesús Pardo, lo siento, pero te has perdido una de las obras más insólitas, ácidas y divertidas de las últimas décadas. Un radical, sin filtros. Sincero hasta la autodestrucción, porque se juzgaba con severidad, con extremo rigor, para después pasear su mirada implacable sobre todo los demás. Su género fueron las memorias. Lo mejor, ahora que se ha ido, y que tendremos unos días de glorificación ruidosa, es empezar por el Autorretrato sin retoques, publicado en 1996 por Anagrama.
Cuatro lugares
El libro de Jesús Pardo, que conoció un éxito repartido en varias ediciones, está dividido en cuatro partes, que son los lugares que tienen peso en la identidad del escritor. El primero El Sardinero, por su condición de cántabro. El objetivo se amplía luego a la propia ciudad de Santander, y salta más tarde a Madrid y a Londres. El Sardinero es el aprendizaje básico, Santander una primera patria, Madrid el lugar donde aplicó lo aprendido en sus años de infancia y primera juventud y Londres un lugar de renovación. De la provincia, donde hasta los mendigos eran de derechas, Pardo da el salto a Madrid. Cae en el Gijón, que es donde aterrizaban todos los paracaidistas con ambiciones literarias. Y en el Autorretrato traza perfiles precisos y memorables de los habitantes de aquel submundo que era el Café.
Como ejemplo de su prosa implacable, les dejo la descripción que hace de Tristán la Rosa, consejero de la embajada española en la capital británica: “Tristán La Rosa, o Tristón La Risa, como también se le llamaba, hubo de volver a Barcelona, de donde su suegro hizo que La Vanguardia le enviase a París; allí le vi yo años más tarde, tan sin canas, a pesar de sus sesenta años cumplidos, y tan sin gafas, a pesar de su fuerte miopía y de que entonces no había lentillas, como en sus más juveniles tiempos londinenses. Murió de un cáncer, y la verdad es que, en términos estrictamente humanos, se perdió bien poca cosa. Atento siempre a convertir principios que no tenía en medios ajenos con los que alcanzar fines que no entendía, fue uno de los hombres más innecesarios que he conocido”.
Regreso a Madrid
Pasó veinte años en Londres donde vivió como un inglés, y volvió a España, a Madrid. Ahí termina esta primera entrega de sus memorias, en el Madrid de 1974. Cambia de país, cambia de trabajo, cambia de mujer, y se transforma de periodista en escritor, que es lo que había soñado su vida entera.
Al Autorretrato le siguieron otros dos tomos de memorias: Memorias de memoria y Borrón y cuenta vieja. Coleccionaba ediciones de la Divina Comedia y fue capaz de conocer, con diferentes grados de control, más de diez lenguas. Pardo reivindicaba la contradicción como una forma de ser artista, de encontrar hallazgos que de otra forma serían imposibles. Se decía al mismo tiempo “señorito y proletario; fascistón y demócrata; supersticioso y agnóstico; pagano y creyente; gurú y payaso”.
Como periodista fue corresponsal de Efe, de Pueblo, del Diario Madrid, y fundador de Historia 16. Sus últimos años son una dedicación permanente a la traducción, alejado de la vida social, una vida rodeada de libros.