Mear Sangre. Dum Dum Pacheco. Autsaider División Sesuda
Todo el odio que tenía dentro. Servando Rocha. Editorial La Felguera
Uno llega a la librería y ve entre las obras de Stanislaw Lem y algunas novelas con aspecto de confitería, algo que le llama la atención. Se trata de un boxeador con bigote que salta en un ring en la portada de un libro negro, negro como el petróleo, como la roña. Un salto de victoria. ¿Qué hace Dum Dum Pacheco entre las ovejas? ¿Quién ha puesto un relato de boxeo entre los libros del mindfulness? No han puesto uno de Dum Dum Pacheco sino dos: Autsaider se ha atrevido a reeditar las memorias del boxeador, su entrada en prisión, sus años de cárcel, su entrada en los infiernos, y Servando Rocha firma una investigación sobre los mundos de arrabal del Madrid de los años sesenta y setenta, la cara oculta del régimen. ¿Pensaban que el franquismo era solo el relato heroico del PCE? ¡Quiá! El franquismo fue el tiempo de los chicos de arrabal que llegaron al Madrid central a golpes. A Dum Dum nunca le noquearon: «la vida da más golpes», decía.
Mear Sangre
La portada de Mear sangre es menos salvaje y cruda que la original, de 1976. Aquella tenía unos churretones de hemorragia que salían de las letras de sangre. Fue Dum Dum el que eligió el título, pero no se le ocurrió a él, sino a Manuel Summers, el amigo que le puso en alguna de sus películas como actor secundario. Porque no puede olvidar que después de un combate en el que le dieron hasta desfallecer, la orina le salía roja. Las memorias repasan la vida en la cárcel de un quinqui que se convirtió en boxeador porque lo que mejor sabía hacer era pegar.
Pachecho era José Luis hasta que Julio César Iglesias, la mejor pluma del periodismo deportivo, le puso Dum Dum. Dum Dum habría peleado por la corona mundial si no se hubiera cruzado en su vida un accidente de tráfico. El Mear sangre de la portada es hoy algo menos crudo que ayer. Ahora aparece con una tipografía brutal, plomiza, desencajada, como la cara de Pacheco después de un combate.
Billy el Niño
A Dum Dum lo torturó Billy el Niño, pero para Pacheco, sus tres héroes son Hernán Cortés, Franco y Elvis Presley. Franco, «que me dio una vivienda», el Franco legionario, al que venera un boxeador que se puso el chapiri de la legión después de una victoria. La de Dum Dum es una vida de calle, pero de calle con chabolas al otro lado del Manzanares, de calle sin asfaltar, que cuando llueve el barro te llega a las rodillas, de calle con chicos muertos por una descarga de electricidad en una torre de alta tensión. Más tarde de calle de robos, por el procedimiento del tirón, y de bandas, en especial la banda de Ojos negros, aquellos macarras que se hicieron banda de escolta de Camilo Sesto.
La cárcel de Carabanchel fue pronto su casa. La de su familia estaba apenas a unos metros de la prisión. La madre de Pacheco vivió sus primeros con la intuición de que el chico terminaría entre aquellas rejas. No se equivocaba. Pacheco salía y entraba del penal. Reincidente. Tirones y atracos a farmacias eran su trabajo principal. Se pasó un trienio en la cárcel. A Pacheco le salvaron los libros. En la prisión, si no lees, el tiempo es la peor tortura.
La cárcel volvía como un centro de gravedad ineludible: “Me vi nuevamente contando las baldosas y jugando con bolas de pan. En estas celdas está prohibido fumar y leer. Fumar no me importa, ya que ni fumo ni bebo. Lo único que yo quiero es tener algo para leer, ya que así se pasa mucho más corto el día. Pero era casi imposible tener dentro algo. Continuamente te está cacheando Carrión y si te lo encuentra vas apañado. Lo único que tuve fue un catecismo y todos los días me lo leía tres o cuatro veces”.
Pacheco, porque esto ocurría antes de ser Dum Dum, tuvo la suerte de dar con un párroco que le animó a escribir su experiencia. Y José Luis se puso a redactar, sin ayuda de negros ni de amanuenses, la bruta y cruda realidad de su vida, sin maquillaje. La obra tuvo un cierto éxito. En este tiempo tienes que pagar 300 euros si quieres un ejemplar en una web de libros antiguos. Servando Rocha, que dice tener un par de ejemplares, asegura haber pagado más de doscientos euros por uno de ellos. Una obra de culto. Una rareza, porque era de una España que el franquismo no reconocía y quería ocultar, y a la izquierda no le interesaba porque aquellos delincuentes de bandas no tenáin lo que se llama «conciencia de clase».
El odio interior
Ata Lassalle, el editor de Autsaider, localizó a Pacheco a través de las redes sociales. El boxeador, que vive en el barrio madrileño de Canillas, le dio el permiso necesario para publicarlo de nuevo. Animado, dice, por la posibilidad de que su vida sirva de ejemplo yh lección. ¡Vete a saber! El Dum Dum de Mear sangre es el mismo que el de Todo el odio que tenía dentro, la obra de investigación de Servando Rocha en la que reconstruye, pieza a pieza, el Madrid de la época: la miseria de los barrios de la emigración, la delincuencia, las bandas, la especulación urbanística, la atmósfera asfixiante del franquismo, el mundo quinqui, la represión que se cebó con aquella primera grieta en el franquismo. Bandas que descubrieron en West Side Story un estilo, una forma de ser y de estar en el mundo, una estética para canalizar la rebeldía. Pronto llegaría la heroína para arrasar con todo.
El libro de Rocha es lo que le falta a Mear sangre, porque detalla el contexto, presenta con detalle a los personajes que rodearon la vida de Dum Dum, y dibuja con precisión el ambiente en el que se desarrolla su vida. Rocha ha conseguido hacer un fresco completo del Madrid de los años 60, un aguafuerte con toda su crudeza. Es un libro salvaje, muy bien escrito, minuciosamente documentado, capaz de recrear hasta el olor de aquel Madrid y la locura infernal en que vivían sus habitantes más marginales. Apunto aquí el método por el que Pacheco se quitó un tatuaje del brazo que decía: «Madre, sufriste para que yo naciera, nací para hacerte sufrir». Se pone sal sobre la piel y se le prende fuego. La piel se desprende como una pegatina, si eres capaz de soportar el dolor.
Todo el odio que tenía dentro tiene una estructura un tanto desordenada y algún pequeño fallo de detalle. El periodista que buscaba escribir la biografía de uno de los jefes de los Ojos negros no era Arozarena, sino Arozamena. Un detalle menor, pero cuando uno ha conocido a Joaquín, célebre por sus relatos coloquiales de las noticias, no puede menos que anotarlo. Juan Luis Cebrián nunca dirigió Informaciones. Fue José Luis Cebrián su director.
Rocha consigue trasladar con su prosa toda la crueldad de aquella época, toda la brutalidad de la vida de unos jóvenes que no tenían nada y lo querían todo, lo querían ya, y lo querían a golpes porque de cualquier otra forma les estaba negado. La historia de Dum Dum Pacheco y la del Madrid de los sesenta/setenta está pidiendo una serie.
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