Madrid capital de la moda. El Palacio de Santoña, en la calle de las Huertas, era un iryvenir de gentes, un subeybaja por la escalera imperial. Cuando una va a un desfile de zapatos entrena la vista: mirada hacia abajo, y un rastreo de pasos vestidos de cuero. Sobre todo cuero, porque el día está lluvioso en Madrid. Hace ya un tiempo que en los inviernos se instaló lo militar: botas negras de suela todoterreno, cordones, hebillas y una caña alta como si saliéramos a jugar un partido de rugby. Franjul está de gala. En la entrada hay un muro para hacerse fotos y abrir botellas de vino. En la planta de arriba, los artesanos del zapato se han vestido hoy como príncipes del diseño.
Franjul celebra sus primeros 75 años. Sigue siendo un taller en el que se toma la medida a los pies de las mujeres, y las cosas se hacen a mano. En la tarjeta de presentación, la marca reafirma sus señas de identidad: «artesanía, amor por el trabajo bien hecho y cuidado y del diseño personalizado». Un humilde taller, en el barrio de Las letras de Madrid. Calle Lope de Vega.
La carta de saludo agradece a los diseñadores que han colaborado con Fanjul, y a Madrid «por permitirnos llegar a todo el mundo». No es un farol. A Fanjul llegan de nuevo las mujeres desde cualquier rincón del mundo, desde Australia, desde Jerez o desde Alcobendas. La industria no mató al zapatero artesanal, simplemente dejó a los mejores.
Por el parqué del palacio desfilan mujeres altas como aves zancudas. Algunas llevan vestidos largos que apenas dejan intuir el zapato, y una reclama que se suban las telas para apreciar las sandalias, el stiletto Burdeos, la Rambla, el Velázquez, o el dorado que remite a los Reyes Magos.
Los nombres son también un juego de referencias. Las colecciones de Franjul remiten al Siglo de oro, a México, al Mago de Oz. También al 75 cumpleaños. Camino del siglo. Cierra el desfile Minerva Piquero, que fue reina de la borrasca y hoy calza un zapato Melchor, acompañada de Gabriela Andrada y Ángela Piquero.
