Cartas entre dos amigos. Pierre Bonnard y Henri Matisse. Elba editorial.
“Creo que hay entre nosotros dos un entendimiento simpático”, le escribe Pierre Bonnard a su amigo Matisse en marzo de 1942. La guerra está su apogeo. Matisse se ha trasladado a Cimiez, vive en el hotel Régina. Bonnard está enclaustrado en Cannet. Cuando Bonnard apunta a esa conexión anímica, en realidad llevan casi cuarenta años de amistad. Bonnard tiene necesidad de ver una pintura que no sea la suya. Matisse: “tengo necesidad de ver a alguien y es a usted a quien quiero ver”. Son dos grandes pintores, aislados. Bonnard sueña con alcanzar lo absoluto. Matisse, en su última carta, fechada el 7 de mayo de 1946: “Giotto es para mí la suma de mis deseos, pero el camino que conduce hacia un equivalente, en nuestra época, es demasiado importante para una sola vía. Sin embargo, las etapas son interesantes”.
Un diálogo restablecido
La carta termina con un intenso reconocimiento: “convivo con su tela, tan misteriosa y fascinante”. Se trata de Cesta de fruta, que Pierre Matisse había comprado ese mismo año, y que había ordenado enviar a la residencia de su padre. En el prólogo, Jean Clair enmarca estas cartas como uno de esos tesoros arqueológicos en los que se ha convertido la correspondencia. El intercambio epistolar vivió su apogeo en el arte en la época de los impresionistas: «como si, para vencer la soledad del atelier, durante las horas en que el día permitía trabajar, la carta viniera a corroborar, en la calma del escritorio, lo que las discusiones habían bosquejado durante esas sesiones de capacitación que eran las reuniones nocturnas en el café». Pasado el tiempo, esas cartas, guardadas, clasificadas, se vuelven a encontrar con su respuesta y el diálogo entre los pintores se restablece.
Las cartas que edita Elba en un volumen cuidado, minucioso, de buen papel y buenas fotografías demuestra, como señala Clair, que Bonnard (el último de los impresionistas) y Matisse (el primero de los modernos) «compartían una misma visión del arte y compartían los mismos problemas». Las cartas son al principio breves. Más bien mensajes de postal, esas postales que envía Matisse a Bonnard de sus viajes, como regalos de ilustraciones de bellas mujeres exóticas.
Cartas durante la guerra mundial
Es la guerra mundial la que mantiene a los pintores aislados. Uno en Cimiez, el otro en la pequeña villa de Bosquet, en las alturas desde la que se divisa Cannes. Las cartas buscan la confirmación de que el otro está bien, de que puede dedicarse de lleno a la pintura. Los tiempos lo impiden. La inquietud constante, asegura Matisse, rompe la libertad de espíritu. Matisse teme «que la pintura me abandone». Hay temporadas, asegura Bonnnard, en que ya no se trata de pintar sino de comer. Hablan de los resfriados y las gripes, de la burocracia insoportable para conseguir cartillas de racionamiento. Bonnard se queja del bombardeo de los británicos. No hay carbón ni leña. Y Bonnard rechaza trasladarse a un castillo, como le indica Matisse porque no quiere perder la luz, esencial en su pintura.
Monachi dispersi, les llama Jean Clair, «hermanos laicos de una comunidad invisible». Intercambian desgracias, hacen recuento de los muertos, de la desaparición de Paul Klee, de la muerte de Marthe, la esposa de Bonnard, se confiesan sus crisis. Y su admiración. Escribe Bonnard: «Cuando pienso en usted, pienso en un espíritu limpio de toda viaja concepción estética, eso es lo único que permite una visión directa sobre la naturaleza». Un ciclo, escribe Jean Clair, «que era el del gran arte occidental, termina con ellos, y los saben…»
Pierre Bonnard había descubierto la Costa Azul en 1904. Primero Saint-Tropez, luego Niza. Después de algunas temporadas, se instala, en 1920, en le Cannet. El pintor evita la cercanía del mar, prefiere el barrio de Bosquet, las vistas son incomparables. Sus paseos diarios flanquean el canal de la Siagne. En 1926 compra una casa de aspecto modesto, cuyo único lujo era una gran bañera que instala para su mujer, Marthe. La cercanía de Niza le permite tener próximo a su amigo Matisse. Cuando llega la guerra Bonnard deja de viajar a Paris y se retira definitivamente a Le Bosquet. Marthe muere en 1942. El pintor desaparece el 23 de enero de 1947. Bonnard pintó en Cannet unas 300 obras, marcadas por los paisajes, los colores y la atmósfera mediterránea. La casa de Le Bosquet aparece en los cuadros de interior, como en El almendro en flor, Vista de Cannet, y Desnudo en la bañera.
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