Cayetana Álvarez de Toledo:» no soy víctima como mujer; no pertenezco a ningún colectivo»

Esta entrevista está incluida en el libro Cuéntame algo bueno. Conversaciones con Mujeres, de Ludiana editores

Cayetana Álvarez de Toledo tiene un aire quijotesco, una mirada soñadora, y una voz grave que contrasta con su cuerpo, delgado como una nota musical. Las manos. Las manos vuelan durante la conversación, hacen gavillas con su pelo, lo recogen, lo sueltan, se abren, y solo reposan cuando escucha las preguntas. Sus manos quietas son dos pájaros en las ramas de un árbol.

Su infancia son recuerdos de…

De una familia muy poco convencional. Mi padre es de una familia de aristócratas españoles arruinados y afincados en Nápoles. Mi abuelo conoció   a una violinista maravillosa de una pequeña familia burguesa de Marsella. Se encontraron en el París de los inicios del siglo XX. Vivieron en ese mundo cultural proustiano, en el que conocieron a Diaghilev, a Stravinsky, al propio Proust. Eran gente de una gran sensibilidad, gente culta, refinada, con poco dinero, y vivieron todo ese mundo en declive de principios de siglo, antes de las dos grandes guerras mundiales.

Su padre, por tanto, nace en ese ambiente.

Y tiene una infancia difícil. Lo dejaron un tiempo en un castillo de Italia, y cuando estalla la Segunda Guerra Mundial, cuando los nazis invaden Francia, se van al sur del país y luego a Nueva York. Mi abuela da clases de violín y mi padre estudia y trabaja a la vez en la radio, y allí coincide con Albert Camus, que era jefe de la delegación de Voice of America. Un cascarrabias. Luego mi padre se alistó para la guerra y le enviaron a Casablanca y allí le pilla el final de la guerra. Una vez desmovilizado se casó. Su primera mujer era una prima lejana. Con ella tuvo dos hijos, mis primeros hermanos. Luego se separa y se casa con una francesa de origen griego y tienen una hija, y finalmente recala en Buenos Aires a finales de los 60. Allí conoce a una señora que era la hija rebelde de una familia de la oligarquía argentina, que había estudiado Filosofía y Letras y se había ido a vivir con un pintor, Rómulo Macció. Se conocieron porque a mi padre le gustaba la pintura y quería comprar un cuadro de Rómulo. Y tuvieron un gran amor que duró diez años y del que yo soy fruto.

Tuve una juventud porteña desde los 7 hasta los 17 años. Fue una juventud salvaje, rural, con mucho campo, mucha agua, vacas, caballos, barro, juncos

Cayetana Álvarez de Toledo

Pero usted crece en el Reino Unido.

Mi infancia transcurre en Inglaterra, en una casa grande de la época del Rey Jorge, lo que se conoce como una Georgian House, en Hampstead, en el norte de Londres. Allí vivía con mi madre y con mi hermana. Rómulo Macció tenía su estudio a unas manzanas de casa. Iba y venía y era como un padre para mí.  Y estaba mi padre que venía mucho a Londres. Yo nunca he tenido una familia ordenada y convencional de papá y mamá y los niños tomando el desayuno juntos. Era un mundo abierto en el que todos se llevaban muy bien, porque fueron capaces de tejer relaciones afectivas, de amistad, de gran respeto, constructivas. Fue una infancia poco convencional, muy luminosa, muy diversa. De ahí viene mi rechazo al concepto de identidad como algo monolítico. Siempre he vivido la mezcla de sangre, de lenguas y de orígenes como algo natural, incluso dentro de la propia familia.

No existen identidades colectivas, sino individuos.

El ser humano es algo único. Mi padre también era muy contrario al concepto de identidades colectivas. Él formó parte de los cuatro gatos de la resistencia francesa que lucharon acoplados en el ejército norteamericano. Y fue una lucha contra la identidad monolítica que querían imponer los nazis, porque eso es lo que fue la Segunda Guerra Mundial. Era lo que describe Tony Judt en sus memorias, cuando habla de la edge people, la gente de frontera, de los márgenes. Judt hace una crítica muy dura de la izquierda, de la que proviene, y a la que acusa de haber abandonado la igualdad y la universalidad, y sustituirla por la identidad. Considera que es una traición básica. Yo me identifico mucho con ese sitio de frontera, que es donde estaba mi padre, donde también estaba mi madre por propia elección y donde nací yo.

De Londres a Buenos Aires.

Tuve una juventud porteña desde los 7 hasta los 17 años. Fue una juventud salvaje, rural, con mucho campo, mucha agua, vacas, caballos, barro, juncos. Y Buenos Aires, que es una gran ciudad. Pero mi obsesión era volver    a Inglaterra, estudiar en una de las grandes universidades inglesas, y cuando terminé el colegio, al año siguiente me fui. Hice mis años de universidad, luego el doctorado y regresé a España, porque yo nací en la Clínica de la Milagrosa, en Chamberí.

¿Por qué eligió historia de España? ¿Quizá el peso de su apellido?

En las elecciones siempre está el elemento de azar, que es maravilloso, pero también está la memoria biográfica, celular, la evocación familiar y tuve la enorme suerte de cruzarme con John Elliott. En Oxford no aprendes la historia de una forma cronológica sistemática, empezando por la prehistoria y siguiendo cada época. Vas escogiendo temas a lo largo de la carrera y escribes ensayos. Y asistí a un curso que daba John Elliott sobre la conquista y la colonización, los siglos XVI y XVII. Elliott tiene una gran capacidad pedagógica, y contaba con una brillante limpieza de palabra esas historias maravillosas sobre la llegada   de los españoles, la noche triste de México, la historia de Pizarro. Era épico, fascinante, una historia de aventuras extraordinarias. Cuando acabé la carrera   le escribí para que me recomendara un profesor que dirigiera mi tesis y me contestó con una carta muy amable en la que me decía que me cogía como alumna.

¿Y cómo fue su relación con el hispanista?

Sigue siendo una relación excelente, somos muy cercanos. Como profesor Elliott era severo, exigente, con un equilibrio perfecto entre la distancia y la presencia que requiere un director de tesis. Hay directores que te abandonan y otros que están demasiado presentes. Elliott tiene la palabra justa y una forma de guiar en la que te marca dirección para explorar. Nos hicimos muy amigos,  y lo seguimos siendo.

¿Le da consejos en su actuación pública?

Cuando me fui al periodismo le pareció una catástrofe, y cuando pasé a la política pensó que era una tragedia. Pensaba que no se podía caer más bajo,   y yo le demostraba que sí. El quería que siguiera en el ámbito académico. Y me lo reprocha siempre. Pero cuando uno tiene una vocación política es lo que pasa.

¿Cómo llegó al periodismo?

Al terminar el doctorado tuve serias dudas sobre quedarme en Oxford.  El mundo universitario es maravilloso pero también es un mundo ensimismado. Puedes terminar envuelto en tus propias ensoñaciones. También hay un factor personal. Estaba saliendo con un chico con el que luego me casé y vinimos a España a pasar un tiempo antes de volver a la universidad. Y por relaciones personales conocí a Pedro J. Ramírez. A él le gusta mucho la historia. Me propuso entrar como becaria en la sección de Opinión. Y entré como becaria. Y me enganchó. Era una atalaya increíble para entrar en el periodismo, en el corazón del periódico, y con un periodista en sus mejores años, con un olfato impresio- nante. Al principio no me dejaban tocar nada de política, porque era la extranjera. Estaban Pedro Cuartango, Lucía Méndez, Irene Lozano, gente con la que he tenido vinculación. Una noche Cuartango me encargó un editorial sobre el recuento de papeletas en Florida, en las elecciones que finalmente ganó Bush. Lo dejé sobre su mesa antes de marcharme. Al día siguiente compré el periódico como hacía cada día, y mi editorial estaba allí. Impresionaba. Y así empezaron a darme todo lo de Internacional. Y luego, poco a poco, los temas políticos.

¿Su conocimiento de la historia de España le permitió aportar una visión de largo recorrido?

Sí pero conocía muy poco de la política española de los últimos veinte años. Mi ignorancia era cósmica. Algunas noches, mientras esperábamos que Pedro J. volviera de jugar al paddle para cerrar la edición, Cuartango me explicaba la historia de los GAL, del felipismo, los años de González. Yo podía hacer la conexión con la historia previa, con los hilos conductores de la historia de España: el antiespañolismo español, la tendencia a la decadencia y flagelación, la sensación de crisis permanente, la tensión entre el centro y la periferia…

Y una permanente alergia al liberalismo.

La alergia al liberalismo, lo poco que han durado sus experimentos, y lo necesarios que son.

¿Es entonces cuando despierta su conciencia política?

Eso fue anterior. Vine a España a hacer la investigación para mi tesis en el 97. Coincidió con la movilización contra el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco. Y ese fue mi despertar político, como le pasó a mucha gente. Yo venía con una visión de lo español muy anglosajona, matizada por Elliott, pero teñida de tonos peyorativos, de una España reñida con la modernidad, algo folclórica y exótica. Y me di cuenta de que estábamos en una joven democracia, ejemplar en muchos sentidos, y agredida por el identitarismo, por el terrorismo, por ETA y por quienes lo justificaban.

¿Y en qué punto pasa del periodismo a la política?.

Mi politización fue aumentando y sentí la urgencia de pasar al otro lado. Hubo varios vectores. Por un lado una izquierda revanchista, la de Zapatero, que quiere destruir consensos básicos. Por otro una negociación con los terroristas, de una inmensa injusticia, y una reforma del Estatuto catalán, delirante en origen, y semidelirante en su final. Decido que quiero pasar al otro lado. Conozco algunas personas, entre ellos Ángel Acebes que me propone ir como jefa de su gabinete. Tardé mucho tiempo en tomar la decisión. Pedro Jota me lo desaconsejó con la idea de que el periodismo es política sin responsabilidad, decía Pedro Jota. Muchas veces he pensado si fue un error, pero creo que no lo fue.

Su vida en el PP fue conflictiva.

En los primeros años de partido dimos una gran batalla ideológica. Nos enfrentamos a la izquierda reaccionaria, defendimos a las víctimas de ETA, criticamos la reforma estatutaria. Pero todo cambia a partir del congreso de Valencia en 2008, cuando el PP decide dejar de lado las batallas políticas. Como decía Elorriaga, “no éramos un sector crítico, éramos críticos sin sector.” Si eras crítico te arrinconaban y te silenciaban. En mi caso fue especialmente humillante porque me nombraron portavoz adjunta en el Congreso, me colocaron    en primera fila, me pusieron como cuota de un sector. A partir de ese día fui arrinconada. Pero claro, cuando te dan una responsabilidad y te tienes que ca- llar, tu silencio es mucho peor. Esos años fueron estériles, lo pasé mal. Estar así no merece la pena. Fui levantando la voz hasta que me fui.

En Cataluña se ha abandonado al catalán constitucional.

Cayetana Álvarez de Toledo

Se fue con ruido, polémica, y reproches.

Hubo una junta directiva en la que no pude hablar. Lo que hice fue publicar lo que no pude decir. Me llamaron a un despacho a gritos, me amenazaron con represalias. Se fueron ahondando los motivos de discrepancia con el partido. Había que plantar cara al nacionalismo, buscar su derrota ideológica y política. En lugar de eso, se eligió la vía del apaciguamiento, con la hipótesis de que el soufflé terminaría por desinflarse.

Hoy vivimos el resultado, trágico, a veces tragicómico, de esa renuncia.

A veces me preguntan cómo es posible que hayan llegado tan lejos: ¡Porqué hemos permitido que se sintieran impunes! Se tiran del precipicio porque les hemos dejado llegar hasta allí; por la no aplicación de las leyes, por el mimo con el que se ha tratado al nacionalismo. Y por el maltrato a los constitucionalistas. Esa es la diferencia entre Cataluña y el País Vasco. En Cataluña se ha abandonado al catalán constitucional. Hay unos cuantos referentes. Ninguno ha recibido la medalla al mérito constitucional que tienen Roca y Pujol, nunca se ha reconocido el esfuerzo del constitucionalismo. Han sido silenciados y arrinconados, como si no existieran.

Hasta que el rey Felipe habló una noche.

La reacción comenzó antes. Esos días después del primero de octubre, son días que son un punto importante en la historia de España. Lo que moviliza a la gente es que el Gobierno de la nación se hunde en la depresión. Yo regresé de Cataluña eufórica. La Guardia Civil había puesto orden en diez minutos. Me quedé impresionada por la actuación del Estado, pero el Gobierno vio las imágenes en la Sexta y se creyó que era un estado fascista y represor y empezó a pedir perdón. Y el lunes se produjo una corriente subterránea de gente que prometía venir de Sevilla, de Canarias, de Berlín, y esto nunca había pasado respecto a Cataluña. El rey interviene el martes y ya es la explosión. Los partidos fueron a la movilización arrastrados. La manifestación constitucionalista se hizo a pesar de los partidos constitucionalistas que pidieron que no se hiciera. Y se hizo por- que hay una corriente que viene de abajo, que busca ser encauzada, que reclama liderazgos. Ciudadanos se ha puesto al frente, lo han captado con retraso, pero se han puesto, y lo celebro, porque si no, existe el riesgo de que se ponga al frente un loco. El gran reproche que se le puede hacer al Gobierno es el de no haber aprovechado ese enorme caudal de fuerza, de confianza, de una España constitucionalista, moderna, reivindicativa de lo español. Allí había una fuerza alegre, de libertad, de igualdad y de fraternidad. El gran error es no haber aprovechado eso y en su lugar convocar unas elecciones exprés, que han mezclado judicialización y política. Un desastre.

Quizá como viene de abajo, esa fuerza estorba a la política de despachos.

Cuando creamos Libres e Iguales, nos recibieron con hostilidad, a pesar    de que somos una plataforma que nace para defender a los españoles frente al nacionalismo separatista. La hostilidad del gobierno y luego esa cosa tan típica de las élites. Te dan la razón pero no están dispuestas a hacer nada. Te dan lecciones de lo que hay que hacer pero no aportan un euro, y el dinero es energía, son prioridades, está para apoyar lo que uno decide para su país. Se sientan y te dicen “hay que hacer”, “hay que hacer”. Y yo pregunto, ¿y qué tal si hacemos? Hagamos.

Entre los reaccionarios están Le Pen, Trump, Pablo Iglesias, y todas las fuerzas disolventes de la democracia liberal. Hace falta una nueva Ilustración.

Cayetana Álvarez de Toledo

Ortega decía que somos un país taurino: uno se juega la vida, los demás le dan consejos.

Sí, los demás le gritan: débil, blando. Boadella conoce bien esa soledad, el desamparo. El abandono de los demócratas, de los que han luchado, es tremendo. El problema catalán no existe: lo que hay es un problema español. No hay un problema vasco: es un problema español. Y el problema hoy tiene diversos escenarios: En Baleares, Navarra, Valencia, Cataluña, País Vasco, y Galicia. Tener un gobierno constitucionalista en Cataluña es un paso imprescindible pero tienes que tener un gobierno en Madrid que tenga claro lo que hay que hacer.

¿Sufre la soledad de los liberales?

Es el momento del liberalismo clásico. La batalla que estamos viendo y la que se va a librar es la batalla entre ilustrados y reaccionarios. Entre los reaccionarios están Le Pen, Trump, Pablo Iglesias, y todas las fuerzas disolventes de la democracia liberal. Hace falta una nueva Ilustración.

Pero también hay mucha gente que quiere una bonita y cómoda servidumbre.

Por supuesto, ese es el riesgo, por eso es una batalla. Hay mucha gente que frente a la apertura, a la mezcla de sangres y de lenguas, antepone los mie- dos, y los miedos nos hacen carne de demagogos.

Luego está la tentación del victimismo, en la que ha caído el feminismo.

Es lo mismo, es lo identitario. Operan de la misma forma. La que discrepa de esa visión victimista es una mala mujer. Como llaman malos catalanes a los que no son victimistas. La identidad es la palabra clave de esta hora. Y el feminismo opera sobre lo identitario y sobre el resentimiento, sobre el sentimiento. Y el sentimiento no pacta, hay que pactar con las razones. Se impone lo emocional, lo que no es objetivo, lo que es sensorial y subjetivo. Se crean bloques monolíticos y te encajan en el colectivismo: el colectivo negro, el colectivo vas-co, el de las mujeres. Y yo rechazo esto profundamente. No soy víctima como mujer; no pertenezco a ningún colectivo. Si no permito que un hombre  hable  en mi nombre, ¿por qué voy a permitir que una mujer hable en mi nombre? El mecanismo identitario rompe la ciudadanía, no hay conexión con el otro. Somos identidades únicas, iguales ante la ley, y eso se quiere destruir con un componente sectario y censor.

Dice usted que lo moral en política es lo eficaz, quizá Rajoy y su afición al cálculo le lleven la contraria.

Yo creo que no. Los resultados de su partido en el País Vasco y Cataluña demuestran lo contrario. C’s tuvo un momento en que hizo algunas tontadas pero se han dado cuenta de que esto es así y han cambiado. Lo moral es lo eficaz. Abandonar los principios y ponerse de perfil no funciona y la historia del PP lo demuestra. Al PP le ha ido bien mientras lo que tenía enfrente era una catástrofe. Había dos condiciones para que le fuera bien: el voto cautivo y el voto del miedo. Cuando se acaba el voto cautivo y el del miedo no funciona, te deja desnudo.

Es aristócrata por título y liberal por convicción, ¿no es una contradicción?

La aristocracia es un club privado sin consecuencia pública. Para mí es una cosa afectiva, un título que tenía mi abuelo y que mi padre recupera, y que evoca ciertos personajes a lo largo de la historia española. También digo que no soy más que nadie por tener un título, pero tampoco soy menos que nadie por tener un título. Tengo la misma legitimidad. Ser marquesa no tiene ninguna consecuencia.

Quizá está obligada a una mayor ejemplaridad.

Todos  estamos obligados a ser ejemplares. No tengo un plus por tener  un título. La ejemplaridad debe ser de los cargos públicos pero también de los ciudadanos. Tendemos a eximir a la ciudadanía de su ejemplaridad, pero el compromiso cívico debe ser el mismo. Sentarse en el sofá a opinar lo mal que lo hacen unos y otros no contribuye a nada.

¿Cuántas veces le han tirado a la cara su acento argentino?

Alguna que otra. La xenofobia se expresa en todas sus dimensiones. En un pueblo de Cataluña alguien me preguntó con desprecio si era argentina. Otro nacionalista contestó: “es hija de un español y una puta”. ¡Qué apropiado!, pensé. Los xenófobos son así. Me enfado cuando se meten con las personas por su origen, cuando critican a argentinos de Podemos por el hecho de haber nacido en aquel país. El problema no es el acento ni el origen, el problema es que son gente peligrosa o ignorante. Los individuos son la clave. Eso es ser ciudadano. Eso es e lmáximo invento del que hemos sido capaces los hombres, el concepto de ciudadanía, y eso es lo que hay que proteger.

A Cayetana le cuesta mirar el fondo oscuro de la lente para un retrato de primer plano. Se va. La calle de España es una obra permanente en la que los obreros del sectarismo no dejan de levantar barreras: la valla del euskera, la valla del catalán, la valla del bable. Es el fin de la igualdad de oportunidades. La igualdad se ha convertido en un valor para unos pocos, los de la tribu. Pasado un tiempo Cayetana arribó de nuevo al Partido Popular, el de Casado, en aquella primera hora de olvido del  PP de Rajoy. Fue candidata por Barcelona y portavoz del partido. A pesar del temor a perder su libertad, volvió a la política, y ahí sigue.

Alfredo Urdaci
Alfredo Urdaci
Nacido en Pamplona en 1959. Estudié Ciencias de la Información en la Universidad de Navarra. Premio fin de Carrera 1983. Estudié Filosofía en la Complutense. He trabajado en Diario 16, Radio Nacional de España y TVE. He publicado algunos libros y me gusta escribir sobre los libros que he leído, la música que he escuchado, las cosas que veo, y los restaurantes que he descubierto. Sin más pretensión que compartir la vida buena.

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