Diego Rivera, Casa de México. Madrid. Desde el 2 de octubre.
Casa de México cumple un año con un grande la pintura: Diego Rivera, de alma vanguardista e indígena, un pintor colosal, el gran pintor del muralismo mexicano. Fue un parto lento y difícil, un empeño de la embajadora Roberta Lajous que nació en octubre de 2018, que encontró la complicidad del capital privado. Era un viejo proyecto, varado por las dificultades económicas. Fue posible gracias a una fórmula de fundación que garantiza su continuidad en el tiempo.
Hoy Casa de México es algo más que un escaparate de la cultura mexicana. Es una casa en el sentido literal, porque alberga vida artística y literaria, vida empresarial y económica, un museo del tequila. Hay un restaurante, una librería y una exposición permanente de artesanía: magníficos candelabros de barro negro, árboles de la vida de una complejidad barroca, cerámicas, tapices y arcones de madera policromada.
Una Casa con mucha vida
Por la tarde la casa es un iryvenir de gentes que suben y que bajan. Algunos formamos un grupo para una visita guiada a las obras de Diego Rivera, veinte obras y una reconstrucción del Sueño de una tarde dominical en la Alameda central, con su muerte vestida de novia, con su Frida Kahlo, con sus indígenas, y sus revolucionarios, y el globo.
En la Alameda, la fuente al fondo. Uno puede pasear entre los personajes, recortados de la realidad como en un mural interactivo: los niños vestidos de domingo, entre ellos el artista, que quiso volver a su infancia en el mural. La pintura, colosal, reúne a treinta personajes de cuatro siglos de historia de México.
Rivera es un pintor que llega a primera vista, un pintor cercano a los sentidos, un artista que gusta sin necesidad de una elaboración previa: un artista popular. En las veinte pinturas hay paisajes, un desnudo de una sensualidad morena rotunda, algún paisaje, bodegones, y el rastro de la influencia de los cubistas en algunos retratos. Le influyen los puntillistas en las visiones de la naturaleza, y la huella de otros istas a los que Rivera conoció en España y en Francia. Susana Pliego dirige la parte cultural de la Casa, y nos cuenta en este vídeo la relevancia de esta exposición con la que se celebra el primer aniversario de la Casa.
Javier García-Luengo Machado, profesor del Grado en Historia y Geografía de la Universidad Isabel I, mantuvo un diálogo con Susana Pliego, en una sesión abarrotada de público. Ambos ofrecieron una visión del artista mejicano durante su época de formación en Europa, y concretamente en España. La charla protagonizada por García-Luengo y Pliego, ambos doctores en Historia y grandes conocedores de la obra de Diego Rivera, se tituló con el nombre Diego Rivera, su travesía universal.
El periodo europeo de Rivera
Javier García-Luengo destacó el periodo que el artista pasó en Europa gracias a una beca del Gobernador del Estado de Veracruz, y recordó que “en su periodo europeo, que al fin y al cabo es su gran primera etapa formativa, va a tener contacto, por ejemplo, con el puntillismo y con la España del 98. También, por supuesto, con el Cubismo, a partir de 1913 en París”. El docente de la Universidad Isabel I explicó que “Diego Rivera va a estar en Europa entre 1907 y 1921”. En nuestro país, lo hará concretamente entre enero de 1907 y comienzos del año 1909, siempre junto al maestro Eduardo Chicharro Agüero, con quien tuvo una relación de “auténtico disciplinaje». Sin embargo, “su vinculación con España va más allá de la frontera, y también se vincula con su relación con los artistas españoles, que en aquella época residían en París y trabajaban activamente en las vanguardias”.
Tanto Javier García-Luengo como Susana Pliego recordaron que Diego Rivera pasó en Europa unos años trascendentales, coincidiendo con la I Guerra Mundial y con “la época de las vanguardias”. Lo que le llevó a tener relación con movimientos como el cubismo, el dadaísmo y el futurismo. “Todo esto va a tener un reflejo muy directo en su obra”, explicó el docente de la Universidad Isabel I que remarcó el importante contacto del muralista mexicano con el espíritu del 98 español, con el que conectó “no solo desde los postulados estéticos, sino también desde los postulados conceptuales”, llegando a formar parte de las tertulias que tenían lugar en la época. Entre ellas, García-Luengo quiso destacar que fue un asiduo de la Tertulia del Nuevo Café de Levante, dirigida por Valle-Inclán y con participación de importantes nombres del arte español como los hermanos Baroja.
La mesa de Moctezuma
Al fondo se abre otra muestra que pone sobre la mesa todo lo que nuestro gusto gastronómico le debe a México. Rubén Pizá, el Director de comunicación de la Casa nos cuenta que en su país se vuelven a cultivar las antiguas variedades del chile: «aquí apenas conocen cinco o seis pero hay más de ciento cincuenta». El que firma este texto lo confiesa: uno es un sibarita del picante. El picante en México no es una nota monocorde, es una orquesta sinfónica de matices y colores. Repasamos en unos minutos algunas obras recientes de la literatura mexicana. Entre otras aquella tan tragicómica de Gonzalo Celorio, Y retiemble en sus centros la tierra,( Tusquets. Barcelona, 1999), que es un viaje por las tabernas del barrio viejo de la capital. Claro que hay más literatura en ese continente que es México, pero enumerar a sus grandes sería una tarea interminable.
Cuando pasan un par de horas nos damos cuenta de que evocar México desde su Casa en Madrid es un gesto inmediato, cómodo y amable. La Casa es un artefacto hospitalario y acogedor, en el que todo invita a deambular, como curiosos, sin límite. Quienes la habitan y la gestionan han conseguido que este rincón de la calle Alberto Aguilera sea, en tan solo un año de vida, un hogar mexicano.