Ahora que los nietos del peronismo acarician la entrada en el gobierno de España, quizá es una buena idea repasar la historia de Argentina de la mano de un pensador controvertido.
Vaya por delante, para quienes no conocen la Argentina, que Feinmann es peronista, un peronista de ida y vuelta, uno que lo fue, que dejó de serlo, para volver como asesor de los Kirchner, en especial de la señora Kirchner, en aquellos años en que se repitió el viejo modelo de Perón: una matrimonarquía en la que los esposos se suceden en el poder, con todo lo que la palabra poder encierra en la versión porteña. A Feinmann hay que reconocerle además su dominio de la filosofía contemporánea, de la literatura y el cine. Es prima donna en la radio y en la televisión. Por tanto es un intelectual con dotes escénicas y con capacidad para hablarle al pueblo de la tele sin matarlo de aburrimiento. Se trata de un intelectual entretenido y eficaz.
Entre el agobio y el vértigo
Feinmann piensa, y así lo dejó escrito en un célebre artículo, que la tragedia argentina tiene un esquema que se puede resumir en los siguientes pasos: » La clase media no quiere ser lo que es. Quiere ser clase alta. No clase baja. Cuando los gobiernos populistas les posibilitan acceder a un buen nivel económico (que habían perdido bajo un gobierno neoliberal) se sienten otra vez clase alta y buscan destituir a los impresentables populistas. Y en el tercer paso, suben otra vez los neoliberales de las clases acomodadas. La clase media vuelve arruinarse. Vota otra vez al populismo» La cosa termina en el agobio o en el vértigo. Ya ven por tanto que Feinmann tiene la virtud, rara, de saber resumir los largos procesos con un pim pam pum, que es algo que triunfa en las ondas.
La prosa de La condición argentina tiene esa aparente claridad, una sencillez digerible, un armazón en el que parecen encajar todas las piezas con increíble precisión. Leer a Feinmann no es caer en alguno de esos laberintos de verborrea interminable a los que son tan aficionados algunos oradores argentinos. Con Feinmann todo parece nítido. Y sin embargo, el lector tiene la sensación de que hay trampa, desde que el autor insiste en comparar a Macri con Trump. Feinmann establece la conexión desde el prólogo. Dice que se trata de una reacción contra los gobiernos populares y democráticos de principios de siglo. Olvida que esos gobiernos a los que tanto admira fueron los que organizaron el hundimiento catastrófico de las clases medias, los gobiernos del corralito que rompieron toda esperanza de un consenso económico, de un proyecto de nación basado en un espíritu emprendedor sobre el que fundamentar la distribución de la riqueza.
Feinmann es nostálgico: echa de menos el Kirchnerismo, lamenta la fragmentación ideológica de la izquierda, se duele de lo que ocurre en Estados Unidos, en Siria, en Europa, añade que la oposición venezolana es en su opinión un grupo de abominables, y apostilla (¡menos mal!) que tampoco le gusta lo que hace Maduro. Feinmann cree que la verdad es solo una construcción del poder, y explica el odio a Cristina Kirchner como una ofensiva mediática, con ELLA, que tuvo todo el poder, y lo utilizó, incluso para barrer de la escena a algún fiscal incómodo.
Feinmann es una lectura interesante: se le ven con facilidad los andamios y las trampas para cazar a incautos. Su pesimismo una lo siente con distancia: ha elegido de la realidad aquellos elementos que demuestran el fracaso de opciones políticas populistas, y se flagela a diario con esas lanas. Cada cual se fustiga con lo que quiere. El lamento debe de ser la resaca de haber aplaudido y jaleado a Cristina Kirchner incluso cuando sus más fieles amigos ya le habían dado la espalda.