Los perfeccionistas. Cómo la precisión creó el mundo moderno. Simon Winchester. Turner Noema
Cuenta Simon Winchester que su padre era un ingeniero que trabajaba en cosas tan secretas como los sistemas de navegación de los torpedos. Pequeños motores eléctricos corregían el rumbo de esas bombas submarinas capaces de hundir un acorazado. Una noche llegó a casa con una caja donde guardaba unas piezas de metal de superficie bruñida, lisa y tan perfecta que al poner una encima de otra, las moléculas creaban una alianza inseparable. Tan solo se podían desprender la una de la otra deslizándolas. El pequeño Winchester quedó fascinado por las propiedades de aquellos bloques que servían, le explicó su padre, para calibrar.
De la máquina de vapor a los Rolls Royce
Fue su entrada en el mundo de la precisión, una cualidad que, como se descubre en su libro, es la que sostiene nuestro mundo. Las máquinas funcionan gracias a la precisión de sus piezas, la industria se basa en la precisión de sus productos, y los aviones con motores de reacción se sostienen en el aire en virtud de ingenios y técnicas que les dotan de una precisión extrema. A Winchester le ha salido un libro fascinante, apasionante, lleno de historias de ciencia y de ingeniería que cautivarán al más escéptico de los lectores.
Boulton y Watt crearon en el siglo XVIII la primera máquina de vapor. Fue el momento, como afirma Jeffrey Sachs, en que todas las revoluciones técnicas e industriales se desataron en el mundo. Pero en las primeras pruebas de la máquina, el vapor escapaba por todas partes porque el cilindro que actuaba como pistón no encajaba con precisión. Fue un tal Wilkinson el que consiguió fabricar un cilindro perfecto con una tolerancia menor que el perfil de una moneda de un chelín. Con ese cilindro la máquina de vapor podía desarrollar toda su potencia. Había comenzado la revolución industrial, y además se había dado salida a una carrera paralela, la de la exactitud, la de la precisión, imprescindible para el desarrollo de cualquier industria. Así que el libro está ordenado en capítulos que van escalando el umbral de tolerancia, desde 0,1 milímetros hasta llegar al mundo nano.
Aviones, GPS, y ondas gravitacionales
Como buen divulgador, Winchester es un gran narrador sin perder en el desafío un gramo de rigor. Los perfeccionistas está repleto de historias fascinantes y personajes excéntricos, dotados de una profunda pasión y una clara visión de su destino. Desde Joseph Bramah, inventor y fabricante de cerraduras inexpugnables a Henry Royce, el mítico creador de los automóviles Rolls Royce. La marca lleva en segundo lugar el apellido de Royce aunque, como afirma Winchester, debería ir en primer lugar: Rolls era un aristócrata que aportó su cartera de clientes, y su capacidad para vender coches entre los afortunados del Reino Unido.
A través del relato de Winchester asistimos a una historia vertiginosa en la que las marcas de la precisión van cayendo hasta acercarnos a un final. Nos cuenta con detalle qué pasa en los aviones de reacción, por qué las piezas de una turbina no se funden a pesar de trabajar a temperaturas más allá del punto de fusión de sus metales. Nos relata con detalle el nacimiento del GPS y la precisión necesaria para detectar las ondas gravitacionales que predijo Einstein. O las exigencias de los modernos circuitos integrados, «donde la precisión parece estar llegando al mundo de lo completamente irreal, vecino de lo increíble».
Relojes Seiko hechos a mano
Pero no se trata de un relato deshumanizado. Al contrario. En los compases finales Winchester viaja a Japón. Tiene interés por visitar la fábrica de relojes Seiko, los primeros que aplicaron las propiedades del cuarzo a la medida precisa de los segundos. En Seiko le enseñan la cadena de montaje, poblada de robots. Pero también una sala donde artesanos relojeros arman las piezas del Grand Seiko, un reloj que compite en estética y calidad con los míticos Rolex. Winchester añade a este culto a la «imperfección perfecta de la artesanía» la fascinación que le producen los artesanos japoneses de la laca.
Y termina con una reflexión cargada de humanidad: «la humanidad en general, obsesionada e impactada hoy con el valor que se otorga al filo de acabado preciso y el rodamiento perfectamente esférico y por grados de planura que no se encuentran fuera del mundo del ingeniero, quizá haría bien en aprender a admitir de manera semejante que el orden natural tiene la misma importancia, el mismo peso. De otra manera, la naturaleza terminará por rebasarnos y los mechones verdes de pasto selvático acabarán envolviendo y creciendo sobre todos los inventos que hemos fabricado, sin importar si su tolerancia es del grueso de un chelín o de una fracción del diámetro de un protón»
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