Los genios. Jaime Bayly. Galaxia Gutenberg
En Los genios, Bayly parte de un hecho: el puñetazo que Vargas Llosa le estampó en la cara a García Márquez en febrero de 1976 en Ciudad de México, en el estreno de La odisea en los Andres, un documental en el que el peruano fue guionista. En letra chica, el autor advierte en las primeras páginas que Los genios no se trata de historia, no es una investigación periodística, es una ficción. Tiene elementos reales, muchos; acumula mucha investigación sobre los personajes, también; y fabula y mete ficción verosímil en otras partes del libro, sin duda. Bayly es un hijo literario de Vargas Llosa, y como tal, utiliza su propio método: narra la realidad hasta donde puede llegar su conocimiento, y en las zonas de sombra, donde manda el cuento, donde las cosas pueden ser de un color o de otro tono, ejerce su función de narrador y crea, crea a partir de personajes muy conocidos y muy definidos, pero crea «al modo de Baily», con ironía, con mucho humor, con irreverencia.
«Hermano, hermanazo», fueron las últimas palabras de García Márquez antes de recibir el puñetazo con el que comienza Los genios. «Esto es por lo que le hiciste a Patricia», dijo Vargas Llosa. Patricia era Patricia Llosa, la segunda mujer del peruano. En Los genios, Bayly rechaza las dos explicaciones más reiteradas para explicar el guantazo: las políticas y las literarias. Entre las políticas está el desencuentro por el caso de Heberto Padilla.
Encarcelado por Fidel Castro, sometido a una vergonzosa confesión pública, Padilla terminó en el exilio. Vargas Llosa escribió una carta pública contra Fidel, que García Márquez no quiso firmar. Es más, retiró su firma, que había sido incluida por consejo de Plinio Apuleyo Mendoza, ante la imposibilidad de localizar a tiempo al colombiano. Las razones literarias aluden a los celos. Pero Bayly las rechaza de plano.
La novela da vueltas sobre el hecho de una amistad rota en pedazos a partir del suceso de México. En Los genios, Bayly arma un rompecabezas al que, reconoce, ha estado dando vueltas durante cuatro décadas, para explicar la ruptura entre dos escritores por los que siente una profunda admiración, al tiempo que les aplica esa corrosiva irreverencia que es marca del estilo de Bayly.
Hay escenas prodigiosas que son producto de la imaginación del autor, y que podrían haber formado parte también de la pluma de Vargas Llosa, como ese momento en el que, en pleno rodaje de Pantaleón y las visitadoras, en República Dominicana, Vargas Llosa se pone de rodillas ante Katy Jurado, desnuda, para depilar su pubis, demasiado tupido y exuberante para la escena. O los momentos, hilarantes, en los que Vargas Llosa escribe junto al mar, convaleciente de una operación de almorranas y otra de fimosis, de forma simultánea. Las almorranas son una necesidad; la circuncisión es un capricho de su novia, que prefiere los penes circuncisos.
Pero Los genios no es solo una novela sobre un puñetazo y la ruptura de una amistad. Es también la historia íntima, la historia rosa de los escritores del boom latinoamericano y sus antecesores. Por aquí desfilan Julio Ramón Ribeyro Pablo Neruda, Jorge Edwards, Julio Cortázar, y la gran agente literaria Carmen Balcells, además de periodistas de la época que escribían sobre literatura, colaboraban en periódicos y revistas, y formaban el mundo literario de esos años. Desfila también Isabel Preysler, que aparece fugaz, caminando al borde de una piscina. Vargas Llosa no sabe quién es, su novia le da detalles leídos en la revista Hola.
La explicación que Bayly encuentra más verosímil para explicar la colisión de México es un desencuentro que tiene que ver con la ruptura temporal de Vargas Llosa y Patricia. De regreso a Lima, Perú, en barco, Mario se enamora de una joven. Al llegar a Lima deja a su familia. Meses después, en Barcelona, los García Márquez cuentan a Patricia las aficiones puteras de Mario, su pasión por las prostitutas de lujo. La noche que tiene que regresar a Lima, García Marquez lleva a Patricia al aeropuerto. Y en ese corto viaje, de madrugada, suceden cosas, o no suceden, que fundamentan el quizá malentendido que dio origen al puñetazo más literario de del boom latinoamericano.