Feria. Ana Iris Simón. Circula de Tiza
El ejemplar de Feria que compré en Iberlibro lleva el sello de la sexta edición. En otras plataformas de venta online, el libro estaba agotado. Anoto esos dos datos para reforzar la idea de que el texto impreso de Ana Iris Simón se ha recibido con entusiasmo. No vamos, por tanto, a hablar de una novedad, porque el libro se imprimió en 2020. Si queremos exponer algunas impresiones y algunas razones de porqué este singular ensayo autobiográfico nos ha gustado, que es probable que coincidan con los motivos que han despertado la curiosidad de los lectores. Cuando un texto que narra hechos, sentimientos, emociones, y acontecimientos de la vida de una persona joven (es decir, con poca biografía) motiva al público, es sin duda porque coincide con alguna sensibilidad, con algún malestar, o con una forma de ver las cosas diferente de la corriente dominante.
Una identidad sin maquillaje
Feria es un libro redondo, sincero, sin complejos, con una prosa como de copla, en la que la reiteración de algunos estribillos marca una melodía de vinilo, con toda la belleza de lo antiguo, pero de hoy. Feria es un libro que responde con rabia, dulzura y sentimiento a la ideología de lo identitario, ese ácido que corroe y marca divisiones sociales con el estereotipo de lo que «debes ser, debes hacer, debes pensar».
¿Queréis identidad? Aquí tenéis la mía, sin impostaciones, sin maquillajes, sin disimulos, sin posturitas. ¿Habéis llegado a la feria con vuestros zapatos de diseño, vuestra camisa de lino, y un reloj de marca europea, y vuestros adornos de progres o de liberales? Pues ahora vais a escuchar la historia contada por el que trabaja al otro lado del mostrador de la caseta de los aros, la muñeca chochona, el vino de Cariñena, los autos de choque o el látigo. Y os va a gustar, señoritos.
La vida de los padres
Feria es un libro redondo porque comienza con una frase: «me da envidia la vida que tenían mis padres a mi edad», y el resto del libro es un despliegue de las razones de ese deseo de regresar a una vida que tiene ganas de vivir. Los capítulos cuelgan todos de la misma cuerda, como la colada puesta al sol en un patio de La Mancha. En Feria se defiende una vida afirmativa, una vida que dice que sí, que se quita miedos. Un libro valiente.
Va contracorriente, cita al Fary (hay que tener güevos para citar al Fary sobre el hombre blandengue) le sacude estopa a la política (un bipartidismo que se ha olvidado de las personas), rechaza el feminismo radical, abraza la religión, y le pone un acento espiritista en ese pasaje en el que la abuela muerta se deja sentir en la casa donde la autora, con su titas, repasa los álbumes de fotos familiares. Feria sacude muchos pilares ideológicos, muchos prejuicios, y pone a algunos quejíos dominantes a la altura de un ridículo berrinche de pijos. Ana Iris Simón se ha hecho su sitio en este panorama, un lugar propio.
Feria se pasea por Ontígona, por Alcázar de San Juan y por Aranjuez. Y por España. «no éramos nada, nada más que Bisuteros, unas gentes nómadas que no tenían más que trampas, o eso decía mi abuela, una familia que por no tener no tenía ni raíces ni acento pero se conocía la geografía española entera y no era por los mapas, un séquito errante que sabía y sabe reconocer todas las variedades dialectales nacionales porque desde que mi abuela María Solo y mi abuelo Gregorio se conocieron en la feria de Valdepeñas, ella con diecinueve y él con veinticuatro, solo hicieron dos cosas: tener hijos y recorrer España en la furgoneta que se compraron».
Feria es la vida contada desde la España rural. Sin lirismos bucólicos: «Saber de niña cómo la tiene el Chichi y que ha intimado con la Vanesa la Bigotuda también es ser de pueblo, también es crecer en un pueblo de mil y poco habitantes; no todo es aire puro y saludar a todo el mundo y salir con el patinete y volver cuando cae el sol.»
Contra las debilidades millennial
Otro de los rasgos notables de Feria: la autora no se deja robar el pasado. Levantarle la merienda a Ana Iris Simón en la plaza de Ontígola debió de ser un objetivo complicado. La posmodernidad y el pensamiento dominante repiten a menudo que nuestros padres eran unos roñosos machistas, nuestras madres personas sometidas, y nosotros debemos combatir ese fantasma heteropatriarcal que anida en los pliegues más mugrientos de nuestra alma.
En Feria no hay nada de eso. Sí, cuando los padres van a terapia de pareja para eludir el divorcio, el padre anota que le gustaría ver con su mujer películas de Clint Eastwood sin que ella protestase. Pero se recuerda que cuando nace el hermano pequeño es el padre el que se niega a dejarlo en la guardería preescolar. Lo lleva en la camioneta de reparto de correos. Le lee cuentos en la terraza de casa. En Feria hay una defensa radical de la familia, ese ámbito en el que todos, seamos como seamos, tenemos un lugar. Ese ámbito en el que experiencia, razón, sentimientos y sangre, forjan nuestra identidad irrenunciable. Por último, Feria es un bofetón a los lloriqueos blandengues de los millennial.
*Hay mucha infancia en España muy próxima a la de Ana Iris Simón. Las fotos que acompañan este artículo se tomaron (por quien lo firma) en una casa/cueva de un pueblo de Navarra