Cuaderno de Choisy. Miguel Ángel Arcas. Prólogo de Eloy Tizón. Fórcola
Van emergiendo las obras escritas durante el confinamiento. Y de entre las editoriales atentas a lo que han dejado los escritores, Fórcola se lleva los laureles. Ya comentamos aquí la edición de otros diarios, como los de Jordi Doce que contaban una vida extraña y nueva, el silencio de las calles vacías, las aventuras de robinsones en pisos de repente aislados. En Cuaderno de Choisy el mundo de repente encoge, pero no por eso se hace menos rico. Como en Viaje alrededor de mi habitación, el mundo interior revela constelaciones que en otro contexto no pasan de ser estrellas de la intimidad.
Amor, familia y recuerdos
Cuaderno de Chosiy es una colección de crónicas familiares, diálogos familiares con la madre, evocaciones del pasado de los abuelos, algún paseo por el barrio, y los escasos sonidos y huellas de la vida de los vecinos. Hay capítulos consagrados a su mujer, y algunos que son observaciones sobre su hijo, ese que “siempre se acompaña”.
Arcas, poeta y editor (Cuadernos del vigía) mira hacia dentro de ese mundo propio en un tiempo que se ha convertido en una forma de eternidad. Y piensa, en los vecinos de su torre de treinta y tantos pisos, o en las formas que tenemos de mentirnos: “tengo para mí que no sería soportable saber lo que realmente pensamos o sentimos los unos de los otros”.
La decadencia del padre
O evoca momentos deliciosos de su vida, como un viaje con su padre, un padre al que “amo en su decadencia”. Los padres, a los que siente lejos, mucho más lejos en el confinamiento. “Mi madre lleva muchos años muriéndose”. “Mi madre es muy precavioda, lo tiene todo pensado, no tiene miedo, sabe que algún día se acabará de estar muriéndose. No se acabará su vida, se acabará su muerte. Será el final del final. La resurrección”.
Entre prosas de respiración cotidiana, como esa en la que confiesa ser “ventanista” para ejercer las dos ocupaciones fundamentales de su vida, “observar y escribir”, hay otras que celebran los electrodomésticos. La más celebrada por esta lectora es la oda al frigorífico. Pero también el homenaje que regala a un ingenio tan prodigioso que puede conectar a dos personas alejadas el uno del otro para que hablen y se vean las caras. El facetime es milagroso.
La escritura como sustituto de la vida
Al final los textos se convierten en un sustituto eficaz de la vida. Convocan a los ausentes, hablan con los que se fueron, y prometen no perder nunca la risa, pase lo que pase, por mucho tirano y corrupto que nos deprima. Son los diarios de un hombre que posee pocas cosas: el humor, la palabra, la vista desde su ventana. Cosas elementales, de una fuerza colosal.
Curioso: en el mundo del confinamiento las noticias desaparecen. Los diarios de Arcas tienen un espíritu doméstico, una respiración íntima, un paisaje pequeño, y una extensión en la memoria. Tan solo se cuela entre sus pliegues el emérito Juan Carlos y la venganza de Corina. Texto al que pone un epílogo certero: “El rey Juan Carlos siempre ha tenido, para su desgracia y para la nuestra, una mancha de sangre azul en el pantalón blanco, a la altura de la bragueta”.
Dice Eloy Tizón en el prólogo que este diario tiene “mucho viento en las velas”, y lo sitúa en la misma tradición en la que estarían las Prosas apátridas de Julio Ramón Ribeyro, el Manual del distraído de Alejandro Rossi o la Orquesta de desaparecidos de Francisco Javier Irazoki, entre otros.
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