Compromiso. Una contracultura en la época de la navegación infinita. Pete Davis. Traducción de David Cerdá. Rialp
Hasta ahora, hasta nuestro tiempo, la contracultura consistía en la ampliación de las opciones personales en un intento permanente de romper barreras y llevar la capacidad de elección, la «libertad», hasta sus últimas consecuencias. La última frontera que ha alcanzado ese movimiento de las opciones abiertas ha sido la libre determinación del sexo. No es extraño, por tanto, que la defensa del compromiso y el elogio de su capacidad transformadora, se haya convertido en la nueva forma de la contracultura. El mundo nos ofrece hoy una ilimitada libertad de, pero ha olvidado que la libertad solo tiene sentido con la preposición «para». La libertad de nos abandona en el pasillo de la ausencia de compromisos, distraídos entre estímulos permanentes de brillante novedad. No es extraño que entre sus resultados figure la extrema insatisfacción que ha multiplicado las enfermedades del malestar, el recurso a medicamentos para el alma o los suicidios. El de Pete Davis es un libro valiente, arriesgado, contracorriente, lleno de sugerencias, con un diagnóstico preciso, pero sobre todo con un manual rico en ideas para salir del marasmo en el que nos han metido.
Leyendo Compromiso. Una contracultura en la época de la navegación infinita, me han venido al recuerdo los versos del poeta Salinas: «Para vivir no quiero islas, palacios, torres. ¡Qué alegría más alta: vivir en los pronombres!» O los de Cernuda: «libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien» En ese espíritu se mueve este libro, cargados de ideas, de ejemplos.
Es un libro que apreciará también Santiago Beruete, al que hemos tratado a menudo en FANFAN, y que ha hecho de los jardines una vía pedagógica y terapéutica, para redescubrir los efectos transformadores del compromiso, de la paciencia, del trabajo, de la concentración, y de la conexión con la naturaleza. Lo dice Davis en un párrafo de las últimas páginas de este ensayo: «la jardinería es sin duda la gran metáfora del compromiso. Cuando plantamos un jardín, nos dedicamos a hacer un montón de trabajo que carece de gratificación inmediata, con la esperanza de una hermosa recompensa que puede (o no) surgir en algún momento en el futuro. La jardinería no es rápida y mecánica, sino lenta y orgánica»
El diagnóstico
Lo cierto es que los tiempos nos han llevado hasta donde sabíamos que íbamos a llegar. No hay sorpresa. El cultivo de una autoestima fácil en la que solo cabe el elogio, el premio para cualquier obra por muy deficiente que sea, la idea de que hay que prohibir la memoria como técnica de aprendizaje, y el fomento del estímulo permanente en el altar de la novedad, nos han llevado a un malestar profundo. Davis establece con clarividencia la paradoja en la que estamos: somos capaces de reconocer los resultados y las obras del compromiso, pero al mismo tiempo somos incapaces de asumirlo. Encontramos a menudo a personas que admiran la técnica de un violinista, la ternura de una pareja que lleva cincuenta años de convivencia, o los logros de un artesano que ha dedicado su vida a la tarea que le fascinó. Queremos tocar el violín y el piano, hablar japonés y dominar el tiro con arco, pero no queremos transitar el camino que nos llevaría a esa perfección.
Vivimos, como dice Bauman, en una sociedad líquida. Hemos convertido en líquidos todos los grandes valores, hasta hacernos nosotros mismos un producto líquido, amorfo, irreconocible, pero muy atractivo para las grandes marcas, que nos hacen bailar al son de sus actividades comerciales. El único compromiso que nos piden, si queremos asumirlo, es un like aquí o allá, en función de nuestra diaria apetencia. Davis anota cómo los compromisos que vertebraban la sociedad civil americana han ido decayendo. Aquí el traductor hace un esfuerzo por aportar ejemplos españoles, porque el libro, rico en casos, y en experiencias de vida, las recoge todas de la sociedad americana. Algunas son conocidas, pero otras aparecen como lejanas. Consciente de esta «extrañeza» para el lector, David Cerdá aporta algunos ejemplos más próximos. Si España tuviera más sociedad civil, la suya sería sin duda una tarea más sencilla.
David propone una tarea contracultural: «hacer nuestra parte para que nuestro mundo, demasiadas veces despedazado, demasiadas veces aislado y demasiadas veces divorciado, sea un poco más íntegro». Propone por tanto una «sintonización» de las personas con el mundo que nos rodea, un hacerse cargo de las cosas, de los otros. Sin miedo a la frustración, con ambición de convertirnos en miembros de algo más grande que nosotros mismos. No se trata de un giro conservador o tradicionalista, sino todo lo contrario: «la comunidad que surge del compromiso no solo nos mantiene en el statu quo; de hecho, a menudo es el mejor camino para el cambio». El gran reto que plantea es cómo podemos ser personas sólidas en un mundo líquido. Nuestros compromisos son nuestra identidad; perdidos aquellos, desaparece esta.