Giorgio Morandi, visto de cerca por su mejor amigo, crítico y coleccionista

Mi Morandi. Luigi Magnani. Prólogo de Stefano Raffi. Traducción de José Ramón Monreal. Elba Editorial

Una vida tan recogida como la de Giorgio Morandi, una dedicación tan monacal a la pintura, tan concentrada, tan entregada, en cuerpo y alma, tan silenciosa, requiere un despliegue racional, una explicación desde fuera que solo un gran amigo, cercano, observador, está en condiciones de desarrollar. Ese papel, en el caso de Giorgio Morandi, lo ejerce Luigi Magnani, desde la amistad, desde la admiración, y desde el gusto por el arte. Mi Morandi es un libro tan interesante, con tanta sabiduría sobre la pintura, y sobre la postura del artista ante la vida, que el lector no deja de tomar notas, subrayar y destacar frases, párrafos, ideas. No solo porque nos ayuda a entender a Morandi sino porque nos empuja constantemente a una reflexión sobre la luz, el color, el arte, o el valor de las modas y sus corrientes alternas. Lean a Magnani antes o después de ver la exposición de Morandi en la Fundación Mapfre. Entenderán mejor a un pintor del que cada uno de sus cuadros es su biografía.

Mi Morandi parte de la amistad y de la admiración. Morandi sabía que su arte nunca iba a ser popular, no surfeaba en las olas de las modas, su camino era propio, único, estaba lejos de la grandiosidad, de la afectación, del artificio, y del ruido colosal de las corrientes. Pintaba para las pocas personas que formaban parte de su mundo. Uno de ellos era Luigi Magnani: «un profundo sentimiento de admiración y afecto me unió a él desde mi juventud. Su benevolencia y mi devoción fortalecieron una relación de familiaridad cada vez más viva que me permitió penetrar en el mundo de su pintura, conocer sus gustos, sus humores y no menos las cualidades íntimas de su gran alma».

Magnani aborda desde el inicio al «hombre Morandi», «tratando de captar lo que de humano ha encontrado expresión, a través de la forma, en su pintura». Morandi pinta lo que está en su alma, en su vida. Cuenta Magnani que en cierta ocasión quiso encargarle un bodegón con instrumentos musicales. Para facilitarle el encargo se presentó un día en casa del pintor con un laúd veneciano y algunas flautas.

Morandi le pidió que se los llevara con el pretexto de que eran objetos caros y tenía miedo de romperlos. Al cabo de un tiempo le entregó a Magnani un cuadro con otros instrumentos: «sólo más tarde comprendí la incomodidad que debió causarle cada distanciamiento de su concepción habitual del cuadro, para entablar una conversación con elementos completamente ajenos a su historia, someterlos, de mala gana, al lento proceso que los transmuta, como de un gusano a la mariposa». Lo que cuenta en el arte es la manera individual de ver las cosas.

Un pintor sin prisa

Transfiguración, palabra clave en la pintura de Morandi. Todo ha sido ya inventado. Al artista le queda solo la tarea de elegir su posición, su punto de vista, su modo de transfigurar lo real en pintura, en arte, en su propio orden. Lector asiduo de Pascal, Morandi se reconoce en la idea de que «no podemos amar más que lo que ya está en nosotros». En ese proceso, la pintura de Morandi, como la de Cézanne, su gran maestro, «tenía como función aislar el objeto de su contexto natural, redimirlo de todas sus funciones prácticas para contemplarlo en su puro ser». Hasta llegar al misterio. El misterio no le turba, «lo acepta humilde, religiosamente».

Es un pintor sin prisa, consciente de que su camino es lento. Su conciencia no cede ante ningún compromiso con las ideologías imperantes, con las modas, con los «ismos». «Su camino fue lento porque tuvo que abrirse paso por sí solo entre corrientes contrastadas de la cultura artística de su tiempo, entre la histeria de la vanguardia, la violencia ideológica, las subversiones políticas y sociales, la desacralización de los valores en los que creía.» Los objetos de Morandi se sitúan en la relación que existe entre los particular y lo universal, «el arte se hace mediador entre la existencia indigente de los objetos y su liberación».

La obra terminada

Morandi cree en la magia de la forma, en el trabajo paciente, en la profundización de las nociones y en el dominio técnico. El camino que lleva a la originalidad del artista es angosto. Relata Magnani que Morandi tardó mucho tiempo, en entregarle un cuadro. Parecía terminado pero el artista insistía que había algo que no funcionaba en él. Pasó un año, el cuadro en un caballete. Un día se acercó y modificó un pequeño punto con el pincel. Finito. Encontrar ese minuto en el que la conciencia sabe qué se debe hacer para dar la obra por terminada fue un camino lento de perfección.

El tomo se completa con una serie de cartas enviadas por Morandi a Magnani, desde el año 1942 a poco antes de su muerte. La última es de julio de 1964, el año de su fallecimiento. Cartas llenas de cortesía, agradecimiento por regalos, detalles sobre la salud y anuncios de visita en la casa de verano de los Magnani. También quejas. A Morandi no le gustaba dejar su casa (apenas viajó) y menos asistir a premios y reconocimientos. Le distraían de la concentración necesaria para pintar. Hizo del mundo un lugar a la medida de su arte, llevó una vida monacal entregada a una intuición platónica: en el ser de las cosas, de los objetos, vibra una verdad universal, una metafísica que hizo suya propia por el camino de la pintura.

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Alfredo Urdaci
Alfredo Urdaci
Nacido en Pamplona en 1959. Estudié Ciencias de la Información en la Universidad de Navarra. Premio fin de Carrera 1983. Estudié Filosofía en la Complutense. He trabajado en Diario 16, Radio Nacional de España y TVE. He publicado algunos libros y me gusta escribir sobre los libros que he leído, la música que he escuchado, las cosas que veo, y los restaurantes que he descubierto. Sin más pretensión que compartir la vida buena.

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