Florencia. Acuarelas de viaje. Ilustraciones de Pablo Rubén López Sanz. Textos de Ignacio Merino. Anaya Touring.
Tiene el lector, o el amante del arte, ante sí, un libro de viaje, con estampas de acuarela, de una de las ciudades más visitadas del mundo. Florencia es una ciudad de la que todos tenemos una imagen visual y otra mítica. El recuerdo del ojo nos lleva hasta el Duomo, a la cúpula de Bruneleschi, a la plaza de la Signoria. La legendaria nos sitúa siempre en la época Medici, en los finales del siglo XIV y los comienzos del XV. Algo así como esa escena inicial de Bomarzo en la que pasean el David de Miguel Ángel por las calles atestadas de la ciudad, ante el asombro de los toscanos.
Como si estuviera en alguno de aquellos viajes del Grand Tour, el viajero se detiene donde le place, y pinta con la urgencia de la acuarela, aquello que le llama la atención, Por ejemplo, la estación central de Santa Maria Novella. O el Mercado central de Florencia, o se mete entre los puestos del mercado de San Ambrosio. Pablo Rubén es un gran acuarelista, me atrevo a decir que uno de los cinco mejores que tenemos en España, una referencia internacional que ha expuesto su obra en más de veinticinco países. Y además un gran dibujante.
Imagino, porque nunca me he dedicado a esa disciplina, que ambas condiciones son gemelas en el pintor que pinta al agua. De su trabajo podemos ver algunas lecciones magistrales en Youtube, algunas tomadas de sus horas de pintura al natural. En el caso de este Florencia. Acuarelas de viaje, está claro que ha plantado sus caballetes entre los turistas que buscan un recuerdo entre los mercaderes del Ponte Vecchio, o en las vistas del Arno más allá del puente, en los barrios florentinos de la periferia.
Florencia. Acuarelas de viaje, es un libro distinto sobre algo de todos conocido, una visión diferente de una ciudad llena de historia. Los textos que acompañan a las acuarelas nos hablan del significado de las obras de arte, de la arquitectura de la ciudad, de la vida convulsa en los tiempos de Renacimiento, o de las guerras fratricidas que provocaron la expulsión de Dante en 1302. El arte del acuarelista les da a las imágenes un aire menos grave y pesado, más cercano y amable, lejano de ese efecto que nos llega a asfixiar y que algunos llamaron en otro tiempo el síndrome de Stendhal, aquella sensación subyugante que nos aprieta por un exceso de belleza que no podemos asimilar. La pintura de acuarela exige una atención precisa, pero su resultado tiene la ligereza de una impresión cotidiana más asumible.
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