Letras

‘El fondo de la botella’, la tragedia de George Simenon

Cuando llega Navidad se me despierta la querencia de las novelas de Simenon. Desconozco la razón, pero cada año por estas fechas busco en las librerías alguna novela del escritor belga. Este año celebro la reedición de algunas de las más célebres, en un formato que firman al alimón Anagrama y Acantilado. El fondo de la botella tuvo otra edición por parte de Tusquets. Es, por tanto, un título al que recurre cualquier editor que quiera ofrecer lo mejor del creador de Maigret, aunque en la botella no haya rastro del inspector. El fondo de la botella toca un tema nuclear en la humanidad, uno de esos mitos eternos: la fraternidad, el amor/odio entre hermanos, la vinculación entre seres que se conocen de forma íntima, porque han compartido la infancia y la juventud. Caín y Abel. Jacob y Esaú.

‘Ayer’, de Agota Kristof: la asfixiante soledad del hijo de la puta

Quienes no conozcan el universo de Agota Kristof encontrarán en Ayer un compendio de todos los elementos que forman su narrativa. Un punto central breve. La novela son algo más de cien páginas de una prosa elemental, fría, despersonalizada, por momentos poética. Ayer cuenta la historia de un hombre, Sándor Lester. Se trata de un emigrante húngaro que se ha marchado a Suiza de joven. Trabaja en una fábrica de relojes. Aquí conviene recordar que Agota Kristof huyó a pie a Suiza con su marido y su hijo de varios meses. Huyeron de la ocupación soviética. Kristof trabajó durante años en una fábrica de relojes, antes de dedicarse a la escritura, en francés, su nueva lengua.

‘En donde resistimos’, los versos de la claridad de Francisco Caro

En donde resistimos lleva en su portada, flamante, el anuncio de que ha recibido el Premio Valéncia de la Institució Alfons el Magnánim. En el poema que sirve de prólogo a la obra, el poeta aparta los papeles, deja la escritura y se dedica a la contemplación del "agua anónima, serena, sobre los agotados campos, y escucha su bondad" Y dice un gracias porque "sabe que en ese soplo de vida, en esta sencillez que nada pide, habita la humildad de la belleza". En ese marco se desarrolla En donde resistimos, que tiene dos partes, una titulada Conversaciones; la otra Días. Más un largo poema sobre dos cómicos.

‘Retrato del reportero adolescente’, la infancia recobrada de Rafael Narbona

Con el pretexto de que Tintín no ha muerto, que sigue vivo en una residencia de mayores en las afueras de Bruselas, Rafael Narbona ha compuesto un libro que es un viaje por el siglo XX, por las aventuras humanas de un siglo convulso, cargado de desafíos éticos e intelectuales. Es el libro de un apasionado por Tintín, la criatura de Hergé, pero es también un libro de regreso a la infancia. Es inevitable poner este Retrato del reportero adolescente al lado de aquel libro de Fernando Savater, La infancia recuperada, en el que volvía sobre sus pasiones, el Guillermo de Richmal Crompton o La isla del tesoro, de Stevenson, las ficciones en las que encontrar un ADN puro, los rasgos marcados en su carácter por las primeras iluminaciones.

Dostoievski, doscientos años del primer escritor moderno

Temía no ser digno de las miserias que le aquejaban y de los dolores que sufría. No eran pocos. Perdió un hijo, Alekséi a la edad de tres años. Esa muerte, herida permanenete, la evoca en Los hermanos Karamázov, en el llanto de la madre a la que se le muere otro niño con el mismo nombre. Padeció epilepsia, y era un consumado ludópata. Siempre cargado de deudas. Escribió hasta la extenuación para pagarlas. Su vida y su literatura está empapada de cristianismo. Si, presintió la muerte de Dios y el ensayo del hombre como dios. En su tumba, su viuda escribió la misma frase que preside el comienzo de Los hermanos Karamázov: "si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; más si muerte dará mucho fruto"

Irazoki, la antología del poeta excarcelado

Francisco Javier Irazoki es de Lesaka, cosecha del 1954. Y ahora publica, en su casa de siempre, en Hiperión, una antología poética a la que ha llamado Palabra de árbol, que reúne textos escritos entre 1976 y 2020. Es por tanto una antología provisional, ya que el autor sigue escribiendo, y en alguna entrevista reciente reconoce que tiene más proyectos por delante que futuro. Está en ese momento de la vida en el que la mente se ensancha y el tiempo entra en un cuello de botella. Le hemos llamado aquí el poeta excarcelado, no porque haya pasado por alguna prisión sino porque en su literatura las evita: "la poesía sabe huir de las cárceles llamadas verso, métrica, vocabulario restringido. No la percibo atada al arte. Llega a la forma de vivir. Aunque desconociera los libros, mi padre era un hombre grande lleno de poesía. Para mí, la poesía es una manera de ser persona".

Lo que Proust le escribía a su vecina

Marie Williams era vecina de Proust en el Boulevard Haussman. Ya intuimos que Proust no debía de ser un vecino cómodo. Para escribir la monumental novela En busca del tiempo perdido, forró su habitación de corcho con el objetivo de que no entrar en ella ningún ruido que le perturbara, que le distrajera de la exploración en el mundo interior de sus recuerdos. Un gran crítico dijo que la literatura de Proust es como la luz que proyectan las vidrieras medievales en el interior de una catedral, por ejemplo la de Reims, que se nombra en estas cartas. Proust, sensible hasta el extremo. Proust vivía en el primero. La señora en el tercero. En el segundo tenía su consulta el doctor Williams, el marido de Marie, dentista.

‘La amada más distante’, la voz de Pedro Salinas, en los 130 años de su nacimiento

Se cumplen este sábado 130 años del nacimiento de Pedro Salinas, el gran poeta de la generación del 27, el que nos descubre territorios...
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